martes, 3 de mayo de 2011

Bin Laden y las libertades

Yo estudié Derecho antes del 11-S, es decir, antes de que unos terroristas consiguieran su objetivo de cambiar para siempre los valores y principios de los sistemas democráticos. Hasta entonces en una Facultad de Derecho enseñaban que la democracia no sólo consistía en que cada cuatro años los ciudadanos soportaran una campaña electoral y metieran un papel doblado en una caja transparente. La democracia conllevaba, intrínsecamente, el principio de separación de poderes y una serie de derechos fundamentales que evitaban las intromisiones del Estado y los excesos de los poderes públicos.

Entre esos derechos fundamentales estaba, sin lugar a dudas, el derecho a un juicio justo. El right of a fair trial anglosajón o derecho a la tutela judicial efectiva español son derechos inalienables del ser humano. Cualquiera, hasta el asesino más sanguinario, tiene derecho a un juicio que diferencia un Estado de Derecho de un estado terrorista.

Parece, sin embargo, que los Estados de Derecho ya no son tales, y que en el mundo actual el fin justifica los medios. Si no, no se explica que un presidente del Gobierno de un Estado que se considera adalid de la libertad pueda anunciar que sus soldados se han infiltrado en un país soberano y han matado a sangre fría a una persona, por mucho que esa persona fuera la encarnación del mal; que los ciudadanos de ese país salgan a la calle a celebrarlo como si hubieran ganado las series mundiales de beisbol y que el resto de gobiernos que se dicen democráticos en el mundo aplaudan el asesinato. Porque la muerte de Bin Laden no es una muerte, es un asesinato selectivo, organizado y premeditado; un asesinato encargado por un Estado.

Hasta Zapatero, que tanto se engola al hablar de Paz y de libertades, ha mandado una misiva para felicitar a Obama que no tiene desperdicio. Y por el otro lado, los que hicieron sangre con los GAL también se dan por satisfechos. Todo vale por un mundo mejor, por el final del terrorismo, nos dicen.

El problema es habitual: ¿dónde está el límite? Evidentemente el mundo es mejor sin Bin Laden. Pero también es mejor sin George Bush o algún otro presidente del Gobierno que envió a jóvenes a morir basándose en una mentira. También puede ser mejor sin mi vecino del tercero o, al menos, mejor para mí. ¿A quién podemos matar para que el mundo sea mejor? ¿Sólo a Bin Laden?

Lo que nos distingue de los terroristas son los principios. Porque ellos creen que su verdad está por encima de todo. Desde hace unos años, muchos de los que nos gobiernan también creen en su verdad suprema. Han convertido los aeropuertos en territorios militares, han cercenado la libertad de expresión y ahora pueden matar donde quieran y como quieran. Mientras muchos ciudadanos aplauden entusiasmados porque se creen más seguros. Pero no lo estamos. Porque mientras que en el mundo existan estas diferencias, estas desigualdades, nunca estaremos seguros.

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