jueves, 26 de junio de 2014

On air: Niños pobres, pobres niños

Ni la coronación de Felipe VI, ni las obras en las murallitas de Cádiz, ni siquiera la sentencia elogiosa de la Jueza del 3 de Cádiz sobre Teófila Martínez (aunque esta noticia llegó más tarde). Para mi, lo más relevante de esta semana ha sido la constatación del crecimiento de la pobreza infantil en España. Creo que si hay un salario social justificado es un salario infantil en el que todos los niños, especialmente aquellos cuyas familias carecen de recursos, reciban una cantidad suficiente para su alimentación y cuidados. Y no los míseros puntos que da ahora la Seguridad Social.

Este año el verano se está resistiendo a llegar tal y como todos lo conocemos. De hecho, por primera vez en lo que yo recuerdo el día de San Juan, más que de fuego fue de agua por la tormenta que sacudió a Cádiz por la mañana. Aunque no traiga el calor tórrido lo que trae seguro el inicio del verano es el final del colegio. Los niños vuelven a casa por tres meses. Son los días en los que se pone a prueba la conciliación, el apoyo de los abuelos y la paciencia de padres e hijos. 
Es difícil en esta vida de precariedad y estrés que vivimos compaginar el cuidado de los hijos con el desarrollo de la profesión. Con todo, me siento un privilegiado. Al fin y al cabo mis problemas se reducen a encontrar quién se quede con los niños cuando tengo que trabajar o qué hacer con ellos cuando no trabajo. De momento, y por suerte, no me encoge el corazón cómo pagaré el techo en el que viven ni cómo compraré pañales, leche y yogures. 
Y es que según el estudio de Unicef publicado esta semana, no son ni uno ni dos los niños pobres que no tienen qué comer. En concreto, 2,3 millones de niños españoles viven por debajo del umbral de la pobreza. Si todos los habitantes de la provincia de Cádiz fueran niños, harían falta dos provincias como la nuestra para llegar a esos 2.300.000. 
Curiosamente, en estos mismos días el INE publicó el descenso de nacimientos en España. Nuestro tradicional déficit de natalidad se hace más profundo ante esta maldita crisis. Vaya paradoja, cada vez nacen menos niños en España y de los que nacen, cada vez son más los que pasan hambre. 
El compromiso por la infancia en este país debiera ser más serio pero, precisamente, en este último período el Gobierno ha recortado los apoyos a la infancia invirtiendo 772 euros por niño menos. Y mientras que los niños pasan hambre algunas Comunidades Autónomas se niegan a abrir los comedores escolares en verano para no estigmatizar. Como si hubiera mayor estigma que pasar hambre. 
Aún así, lo de los comedores es un parche. La solución debería ser más ambiciosa y afrontar la necesidad de favorecer la conciliación pero, sobre todo, de satisfacer las necesidades de los niños cuyos padres no pueden atender por esta maldita crisis. Ahora que se habla de Renta básica y salario social creo que el esfuerzo por la infancia en España debe hacerse realidad y si algo parece justificado es un salario infantil que acabe con la pobreza.

jueves, 12 de junio de 2014

On air: La iglesia socialista

Tengo una extraña sensación con el PSOE. Los he votado alguna vez en el pasado y no me explico cómo pude incurrir en ese error. Me pasa lo mismo que cuando recuerdo mis tiempos de catequesis, confirmación y misa dominical. Sin embargo, conozco a socialistas realmente comprometidos con sus ideales como conozco a curas y monjas que trabajan por los demás como pide la Biblia. Pero por encima tienen una masa jerárquica difícil de combatir. La Iglesia y el PSOE, dos instituciones que se debilitan porque pierden a los jóvenes. Aunque en la Iglesia, al menos, el papa Francisco ha traído algo de aire fresco.

De un tiempo a esta parte, con el Partido Socialista me pasa como con la Iglesia Católica. Los veo tan alejados de la realidad, tan sumidos en sus propias cuitas que no me explico que algún día me interesase lo más mínimo por esas instituciones. Me resultan ajenos y sólo me preocupan cuando tratan de meterse en mis asuntos, en el caso de los socialistas cuando tratan de erigirse en portavoces del progresismo o la izquierda. 
He de reconocer, que como con la Iglesia Católica, hay militantes de base que merecen todo mi respeto. Personas que de verdad creen en el socialismo, incluso los hay que son obreros. Hasta algunos de esos curas de pueblo, concejales de ayuntamiento, son acreedores de mi consideración. El problema es que después llegamos a la jerarquía, los obispos y los cardenales, esos que se han perpetuado en el poder por años, los que se han hecho con el cargo y lo único que quieren es que el mundo gire sin que se mueva su sillón. 
Porque, como con la Iglesia, esta jerarquía ha renunciado a sus ideales. El marxismo ahora es de Groucho, “si no le gustan estos principios, tenemos otros”. De socialismo y obrero ni hablamos. Ahora, en plena comparación mística resulta que de republicanos sólo tienen el alma, pero a la hora de la verdad no es el momento para abrir el melón del debate entre República y Monarquía sino para mantener un supuesto pacto que hace unos años no dudaron en pisotear poniendo todo nuestro sistema al servicio del pago de la deuda. 
Tan lejos estoy del PSOE que no entiendo qué ha sucedido para que el susanismo se convierta en corriente única, casi más una plaga bíblica que una ideología. Para mi es como el misterio de la Inmaculada Concepción, sin ganar unas elecciones, Susana Díaz es la más deseada en el, de momento, segundo partido de España. Hasta tal punto que ha sido ella la que ha rechazado su ascensión a los cielos socialistas a causa, según dice ella, del fervor de las masas.
Descartada la paloma del Espíritu Santo, les queda el proceso sucesorio para elegir líder y tratar de solucionar el cisma abierto en Cataluña. Aunque no descarten que más que una renovación se haga otro cónclave en el que las voces principales vuelvan a ser las de los cardenales de siempre, González, Rubalcaba, Chaves...
El PSOE quiere acercarse a la gente pero la realidad es que cada día que pasa sus iglesias, las casas del pueblo, están más vacías y sus urnas tienen menos fieles.

jueves, 5 de junio de 2014

On air: DEP Ricardi

Ricardi en su piso de El Puerto. Foto de elmundo.es
Ayer por la noche tenía preparado un texto para la columna de esta semana. No era sobre el rey Juan Carlos ni sobre la república aunque tenía un claro componente político. Sin embargo, sobre las 10 leí que había muerto Rafael Ricardi y, a partir de ese momento, tuve claro que la columna de hoy tenía que ser un pequeño recuerdo para un hombre maltratado por la sociedad en muchos momentos pero, especialmente, en los años que pasó en prisión injustamente.

Tengo que confesar a mis fieles lectores, si es que tengo algún lector que me sigue con fidelidad, que para esta columna de hoy tenía preparada otra cuestión, otro texto. Sin embargo, ayer me enteré de la noticia de la muerte de Rafael Ricardi Robles y no podía pasar la ocasión sin despedirme de él.
Aunque, en puridad, no conozco a Rafael Ricardi. No he hablado nunca personalmente con él. Pero de todas las experiencias que he vivido en los ocho años que llevo en la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, la más bella, satisfactoria y reconfortante ha sido ver cómo mis compañeros Juan Domingo Valderrama y Antonia Alba se esforzaban y ponían su trabajo desinteresado al servicio de que un inocente saliera de prisión. 
Entre los colectivos con los que tratamos en la Asociación el de presos es uno de los más denostados. Pedir derechos para quien ha cometido un delito es ir contracorriente de esta opinión pública siempre tan maniquea. Casi más que pedirlos para los inmigrantes. Por eso visibilizar el error, hacer reflexionar sobre la estrecha línea entre culpabilidad e inocencia, sacar a la luz el problema de las prisiones, poner de relieve las torturas y las falsas confesiones que generan son objetivos prioritarios y complejísimos. El inocente en prisión que confiesa tras un largo interrogatorio y que al final, por un golpe del destino, logra probar su inocencia. La historia de Ricardi es de esas historias de manual por las que se hacen abogados algunas buenas personas. Las malas, ya se sabe, prefieren trabajar para el poder económico o político y llenar sus bolsillos. 
Vi a Ricardi en televisiones, en los periódicos, pero me quedo de él una imagen el día de la rueda de prensa que dio tras salir en libertad. En la sede de la Asociación de la Prensa de Cádiz, a Ricardi le preguntaron por la persona que le identificó y a causa de la que cumplió 13 años de condena injustamente. Rafael, con voz clara y pausada, dijo que no le guardaba ningún rencor y a mi se me heló la sangre al oír que quien había pasado tantas penurias no tenía su corazón emponzoñado, no sentía odio por aquella que lo acusó sin ser verdad. 
Porque a mi, lo que me llamaba la atención era su interior. Envidiaba su perdón, su alma limpia, su capacidad para seguir de pie después de 13 años privado de libertad. Día a día se despertaba consciente de que él no había cometido las violaciones y debía temer que nunca se hiciera justicia. 
Ricardi murió ayer, en la cama, durmiendo la siesta. Al menos no sufrió. Bastante sufrió en vida durante los 13 años que le robaron y que nunca podrán devolvérselos.