En realidad yo no quería hablar de política hoy. Pero, como casi siempre, me dejo llevar por los instintos y al escuchar esta mañana a Teófila decir que no hay que pensar en lo que costó el segundo puente sino en lo importante que es la obra y lo que nos va a beneficiar, no he podido resistirlo. Porque tengo la sensación de que el segundo puente es un símbolo de la deriva de España.
Desayunaba
esta mañana oyendo, como casi siempre, esta emisora y Pedro Espinosa daba
cuenta de la apertura del segundo puente, por fin, el próximo 25 de agosto,
aunque sólo sea para el paso de la Vuelta Ciclista. Mientras apuraba los
últimos sorbos del tazón de leche pensaba en que el segundo puente es una
expresión perfeccionada de lo que ha sido la política en España en los últimos
años.
Primero
del culto a la infraestructura. La infraestructura se plantea como la solución
de todos los males. Como el aeropuerto de Castellón o el tranvía de Jaén, se
quiere modernizar a golpe de proyecto faraónico en lugar de que las
infraestructuras respondan a necesidades reales.
El
segundo puente es también muestra de la sumisión al poder económico. Yo les
reto a que se pongan en el mirador de la cafetería de un importante Centro
Comercial que hay en esa zona y me digan si no parece que el objetivo del nuevo
puente es traer a varios centenares de miles de compradores potenciales al
parking de ese establecimiento.
En este
tiempo, además, el segundo puente ha sido muestra de utilización partidista.
Nadie sabe dónde se encuentran las firmas que recogió el Ayuntamiento de Cádiz
para presionar al Gobierno socialista de Madrid para que acelerara la
construcción. Firmas que se desvanecieron cuando hubo cambio de partido en La
Moncloa. Pero mientras se utilizaba en folletos y en cuñas publicitarias el
puente asociándolo a la figura de la anterior alcaldesa. De hecho, era su gran
apuesta para las elecciones del 24 de mayo, cruzar tres días antes el puente en
loor de multitudes.
Pero
ni eso les ha salido bien y la forma de terminarla también representa lo que es
esta España de hoy. Una obra que tenía un plazo de ejecución de 42 meses y que
ha tardado 100. Una obra que debía haber estado para el Bicentenario, es decir,
hace tres años, se concluye ahora a la prisa para que puedan pasar las
bicicletas porque lo que apura es que el puente se vea por la tele, no que lo
utilicemos los gaditanos. Lo que interesan son las imágenes del puente, con la
Vuelta y en la inauguración no para lo que después nos sirva.
Todo,
por supuesto, embadurnado de un sobre coste alucinante que duplica con creces
la estimación original. Escamados como estamos de tantas comisiones, sobres y
maletines, no nos terminamos de creer que el segundo puente no sea también un
símbolo de eso. Pero si alguien pregunta por el sobre coste y el retraso nos
tratan como hacen habitualmente los políticos españoles: como niños pequeños.
No penséis en eso cuando lo crucéis. Como si el dinero no hubiera salido de
nuestros impuestos.