sábado, 30 de octubre de 2010

El ejemplo de Marcelino

Marcelino Camacho, megáfono en mano
Ahora que las conversaciones las ocupaban personajes de baja calaña y nula educación, como Dragó y sus japonesas de edad cambiante, el gusto por el cine porno de Antonio Burgos o las fijaciones mentales del alcalde de Valladolid.

Ahora que la derecha, la de siempre, quiere hacernos creer que los sindicatos no sirven de nada, que son sólo un grupo de aprovechados que vive de la sopa boba, que los trabajadores se bastan solos para defender individualmente sus derechos.

Ahora que esos mismos quieren reescribir la historia, que nos quieren hacer comulgar con las ruedas del molino de una España en la que nunca hubo una guerra, que el golpe de estado fue un levantamiento democrático, que los dos bandos sufrieron igual, que nunca hubo tortura ni presecución.

Ahora que el capital ha conseguido domar, doblar y domesticar a la mayoría de los trabajadores, temerosos, cautivos y desarmados por la amenaza visible y presente del frío que pasa un obrero sin trabajo bajo la pesada losa de los plazos de la hipoteca de un apartamento que construyó ese mismo capital para su enriquecimiento y la explotación de otros obreros..

Ahora que nadie habla de la justicia social. Ahora que a la paz le salen guerras preventivas. Ahora que la libertad la quieren hacer pasar por duradera los que no nos quieren ver libres.

Ahora, justo ahora, se ha muerto Marcelino Camacho. Un buen hombre, ejemplo de algo que se echa tan en falta ahora, de coherencia, de valor, de honradez y de humildad.

jueves, 28 de octubre de 2010

On air: Burgos, el porno y la libertad

A Venecia del tirón. El coro de Antonio Burgos del año 1991. 
La columna de esta semana en el Hoy por Hoy Cádiz llevaba algún tiempo en mi cabeza. Desde que cayeron en mis manos las referencias a este artículo. Después han venido otros detalles de estos hombrecillos de la derecha más casposa. La pederastia confesa de Sánchez Dragó, la chulesca verborrea de Pérez Reverte hacia Moratinos y, por supuesto, la lasciva mirada de León de la Riva. De todas, la única que merece para mi una censura de los estamentos públicos es la del alcalde de Valladolid porque, al fin y al cabo, es el político del grupo. Los demás son periodistas-escritores-novelistas-opinadores que pueden decir, poco más o menos, lo que quieran, siguiendo las enseñanzas de Jiménez Losantos. Ellos buscan que se les censure para convertirse en mártires. Yo rechazo la censura pero aplico el desprecio.


He de reconocerlo. Hubo una época en la que admiré a Antonio Burgos. Fue, en parte, por su cercanía a Carlos Cano, que simbolizaba para mí el orgullo rebelde de la Andalucía campesina y obrera con la que siempre me identificaré. También pesaba a su favor la autoría de una de las canciones más bellas que hasta la fecha se hayan escrito sobre Cádiz.
Sin embargo, el tiempo fue demostrándome que Antonio Burgos no representaba de ningún modo esa idea de andaluz. Más bien al contrario, al señorito sevillano descendiente de una larga estirpe de santurrones satirones. Me defraudó profundamente que él, que había usado su pluma en Carnaval para despotricar de todo y de todos, reaccionara de una forma tan abrupta contra el Libi, cuando aquella copla sobre la Macarena. Prefería el culto a una imagen que el respeto a un buen tipo de carne y hueso. La libertad que para él no tenía orillas la limitaba para el cuplé de Emilio.
Desde entonces he tratado de evitar la lectura de Burgos como ejercicio de salud mental. Lo poco que ha caído en mis manos me ha venido a demostrar su radicalización. Lo último ha sido su exabrupto sobre Leire Pajín. La ministra de Sanidad es criticable por su falta de preparación, por su ineficacia como secretaria de organización del PSOE o por sus vacía verborrea. Pero compararla con una actriz porno por sus morritos me parece soez, sólo explicable por una misoginia congénita o por la incapacidad de concebir a la mujer como algo más que un objeto sexual.
Sin embargo, no haré yo como él hizo en su momento. Los artículos de Burgos me parecen rechazables, su actitud hacia la mujer me parece medieval, pero si le pagan por hacerlo y él cree lo que dice, que lo haga. Que ejerza su libertad de expresión, como hasta ahora, al borde del limite del insulto y aprovechándose de que el objeto de sus críticas son políticas para las que acudir a los tribunales las situaría en posición de censoras.
Burgos es un ciudadano que utiliza su libertad para atacar siempre a los mismos, con preferencia por las políticas jóvenes y socialistas. Quizá sea alguna frustración juvenil. O, tal vez, la frustración sea actual. Pero yo detesto la censura. Mientras que haya gente que lo lea allá él con lo que dice y ellos con lo que leen. La solución pasa por no leerlo más y no poner publicidad en ese periódico. Utilicemos, por una vez, este maldito capitalismo de la oferta y la demanda.
Mientras, que siga hablando. Es la mejor manera de retratar a esos señores de derecha que aún no han sido capaces de entender que la mujer es un ser humano completo, capaz de abandonar la cocina y la cama. Sus necias palabras sólo me duelen por aquellas habaneras, tan bellas en la garganta comprometida de Carlos Cano, pero que sufren por haber sido escritas por una pluma tan mezquina.

domingo, 24 de octubre de 2010

Desde mi ventana: On air: Mujer e igualdad

Foto: Hemeroteca de elmundo.es
Esta semana se han vuelto a plantear algunas de esas visiones misóginas y sexistas que parece responder más a la España de hace cincuenta años que a la Europa del siglo XXI. Pero es que, para algunos, la mujer sigue siendo la representación del diablo. O el objeto de la tentación. Bueno, la que está en casa es, para ellos, un ser inferior al que controlar, anular y, en algunos casos, golpear. Me he acordado de un texto que ya estaba en mi ventana y que leí en el Hoy por Hoy Cádiz en marzo de este año.

En mi vida no haría falta un ministerio de Igualdad. Será porque aprendí de mi madre que la educación y la sabiduría son tan femeninas como la ternura y la honradez. Tal vez sea porque compartí aulas con niñas tan inteligentes como nuestra propia profesora, la señorita Angelita que me enseñó que la cultura, la lengua, las matemáticas y la historia tenían apellido de mujer aunque durante siglos la voz femenina estuviera silenciada por el coro de hombres que gobernaba. 
Supongo que en mi visión de la mujer también tendrá mucho que ver mi hermana que me hizo comprender que la superación, la responsabilidad y la voluntad no son menos femeninas que la alegría, la imaginación y la brillantez. Y por supuesto, Marta, mi otra mitad, que cada día irradia hacia mí valores tradicionalmente tan masculinos como el esfuerzo, el trabajo y el futuro.
Son las mujeres de mi vida. Las que me hicieron comprender, desde muy niño, que una mujer es, en sí misma, igual al hombre. Ellas y las que me encuentro todos los días. Mis compañeras de trabajo, mis alumnas, mis amigas. A ellas nunca las he visto en una condición diferente a la suya como ser humano. Cuando charlo, discuto, debato o confronto mis argumentos con otra persona no me planteo su género, detalles accesorios ante su esencia humana que es fundamento de su valía y el respeto que para mi merece.Sin embargo, en el día a día veo también miserias y desgracias que llevan el nombre de una mujer. Aquellas a las que en el trabajo despiden por estar embarazadas. Las que cobran menos que sus compañeros hombres. Las que soportan el peso de la responsabilidad de mantener una casa y educar a sus hijos sin recibir más compensación que el silencio. Y, por supuesto, las que sufren la lacra indecente de quien se cree su dueño y escupe sobe ellas sus frustraciones machistas en forma de violencia.
En mi vida no haría falta un ministerio de Igualdad. Ni una consejería. Ni una concejalía. Ni un día de la mujer, porque creo que todos los días son el día del ser humano. Pero en esta sociedad en la que vivimos, en la que las mujeres siguen teniendo más representación en su base que en su cumbre, en la que ser mujer hace las cosas siempre un poco más difíciles, sí hacen falta. Hasta que un día, en la conciencia de cada hombre, se supere la concepción costillar cristiana y se conciba a la mujer como lo que es, un igual. Mientras tanto, quienes no necesitamos la semana de la Igualdad la utilizaremos para recordar a todos tantas realidades hirientes como sufren las mujeres.

jueves, 21 de octubre de 2010

On air: El nuevo Gobierno y la coherencia

Rosa Aguilar, antes de ser ministra.
Foto: otracordobaesposible.wordpress.com
En mi columna de esta semana no he sido nada original. Yo también he hablado de la reforma del Gobierno, como todos los comentaristas. En general, creo que el Gobierno que entra es mejor que el que sale. Sin embargo, algunas de las decisiones de Zapatero me parecen inadecuadas y, sobre todo, faltas de coherencia. Sobre todas, la de nombrar a Rosa Aguilar.

Parafraseando a aquellos cómicos, hoy toca hablar del gobierno. Pero yo no voy a comentar nada del reforzamiento de Rubalcaba. Ni de la recompensa a Trinidad Jiménez por haber perdido las primarias en Madrid. Ni siquiera de la merma que sufre el ejecutivo con la salida de Fernández de la Vega.
Yo quiero hablar de coherencia, algo tan en desuso en la vida política. Porque resulta sorprendente que el nuevo ministro de Trabajo, que tendrá que encargarse de desarrollar la reforma laboral estuviera el día de la huelga en las manifestaciones sindicales contra dicha reforma. Dicen los que saben que fue uno de los asesores del símbolo de la derechización del gobierno. Es extraño que alguien asesore una medida y, a la vez, se manifieste contra ella, a no ser que su asesoramiento fuera despreciado por quienes tomaban las decisiones. Habrá que ver su labor como ministro para ver si mantiene la coherencia entre lo que dice en las manifestaciones y lo que hace como político. De momento, puede gozar del beneficio de la duda.
La que no tiene tal beneficio de la duda es la nueva ministra, Rosa Aguilar. Me parece increíble que alguien que se presentó con unas siglas determinadas en el 2008, que embaucó a sus electores haciéndoles creer que su proyecto personal para los siguientes cuatro años era ser alcaldesa de Córdoba, acabe sentada, en menos de dos años, en el Consejo de Ministros con otro partido político. Si la maniobra de cambiar de caballo en plena carrera para irse con Griñán a Sevilla resultaba indecente, su paso a Madrid es el perfecto ejemplo de lo peor de la política española. El mercadeo de puestos y sillones que no respeta a los electores ni a las ideas. Rosa Aguilar se ha convertido, por méritos propios en la mayor de las tránsfugas políticas de la política reciente española.
De todas formas, resulta difícil exigir coherencia en un gobierno en el que el mismo presidente adolece de ella. Sus grandes apuestas eran las políticas sociales y, cuando llegan mal dadas, le da el gusto a la derecha de cargarse el ministerio de Igualdad. Ahorro cero, porque todos los funcionarios, aún con rango degradado, mantienen su puesto. Pero carga simbólica muchísima. Pese a las alarmantes cifras de asesinadas por malos tratos, pese a las notables diferencias que se mantienen entre hombres y mujeres en el Estado español, el ministerio de igualdad, la que decían que era la gran apuesta política de Zapatero, fallece engullido por la presión mediática más conservadora.
Con Zapatero, como con Rosa Aguilar como con la gran mayoría de políticos actuales, las apuestas, las ideas sólo sirven de cara a la galería, porque a la hora de la verdad, lo que más les interesa es guardar su sillón, aunque sea sacrificando su coherencia personal.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El Gran Hermano en Cádiz

Que nadie se me asuste. No voy a hablar de la presencia de una pareja de gaditanos en la vorágine autodestructiva a la que llaman programa de televisión y que sirve para rellenar las mañanas, las tardes y las noches de la programación de esa cadena de televisión que estupidiza a nuestro país.

El Gran Hermano en Cádiz, ese ojo que todo lo quiere ver, como el archícitado 1984 de George Orwell, tiene su sede en San Juan de Dios. Desde allí se promueve la colocación de cámaras de videovigilancia en la ciudad. Dicen que para controlar el tráfico de las calles peatonales. No sé ustedes, pero yo nunca he visto un coche por Ancha, Columela o Corneta Soto Guerrero. Por San Francisco, sí: los policiales que custodian el indigno edificio del Juzgado de Menores, pero ese es otro tema.

Cámaras de videovigilancia para estar más seguros, claman los de siempre eternizando ese debate entre libertad y seguridad. Como si la seguridad se pudiera garantizar con unas cámaras. Dicen que son liberales, pero no creen en las libertades. Las coartan, las controlan. Vallan los parques y ponen cámaras, porque ellos sólo saben prohibir. Porque la intimidad del ciudadano no les interesa, aunque sea un derecho constitucional. Porque la única intimidad que les sirve es la que tienen para crear tramas corruptas.

Puestos a garantizar la seguridad, yo quiero cámaras en todas las comisarias de policía, en todos los calabozos y en todos los interrogatorios, para saber que a los detenidos se les respetan sus derechos. También creo que mejoraría la seguridad de los dineros de todos si en determinados despachos de determinados políticos pusieran videovigilancia.

Esta deriva represora no conduce a ningún sitio. Tenemos en el poder a muchos vendedores de miedo y en las calles gran parte de la población está deseosa de comprar su porción de miedo. La compran y, a cambio, entregan sus derechos, esas libertades civiles que forman parte del núcleo inviolable de la persona y a las que renuncian. Si yo no hago nada malo, dicen. De momento. Hasta que un día algún poderoso considere que hablar mal de su banco, de su empresa o del político de turno sea hacer algo malo.

Las cámaras de videovigilancia se pondrán en Cádiz. ¿Quién lo duda? Se instalarán como se han instalado en tantas otras ciudades del estado español. Pero la seguridad no mejorará como no ha mejorado en tantas otras ciudades del estado español. Cuando tenga que pasar algo, sucederá. Como hasta ahora. Pero por el camino habremos perdido otra parcela más de nuestras libertades. Otro punto más de nuestro intimidad que se queda al control de ese ojo que todo lo ve.

jueves, 14 de octubre de 2010

On air: El vacío de Valcárcel

La maqueta de Valcárcel tomada del blog de Fernando Santiago:
http://blogs.grupojoly.com/con-la-venia/
Esta semana he dedicado mi columna a la peor noticia de los últimos meses en Cádiz, desde mi modesto punto de vista. Tras siete años de espera, el Hotel de lujo que se proyectaba en Valcárcel se queda en nada. El solar seguirá sirviendo de aparcamiento por mucho tiempo. Será uno más, pero en este caso había un proyecto importante de inversión que nuestros políticos, unos y otros, han vuelto a dejar pasar.
No. No habrá un hotel de cinco estrellas en Valcárcel. Respira la cooperativa que gestiona ese aparcamiento pero Cádiz debe lamentarse. Es otro borrón en el tortuoso camino que nos va a llevar a un Bicentenario mediocre que simbolice mejor que nada el transcurso de doscientos años desde aquella fecha en la que Cádiz fue el centro de la España trasatlántica, hasta hoy en que no es más que una ciudad de provincias decaída y moribunda. 
El puente está en el aire. Como el Hotel Atlántico. O los Depósitos de Tabacos. O la Casa del Almirante. Si llegan, llegarán a lo justo, aunque lo más probable es que, poco a poco, se vaya confirmando la terrible realidad. La que se ha confirmado en Valcárcel. 

Soy de los que cree que el Bicentenario debería ser mucho más que obras e infraestructuras, pero algunas de esas infraestructuras son esenciales. Como la de un hotel de nivel suficiente para acoger a los mandatarios que acudan a la conmemoración. Si al menos, se termina a tiempo la reforma del Parador los gobernantes que nos visiten, que me da a mi que serán pocos, no tendrán que reservar cama en Montecastillo para esos días. 
De todas formas, lo de Valcárcel va mucho más allá de la decepción. Es muestra de la incapacidad, de la dejadez, de la inquina y la falta de lealtad que mantienen las instituciones. Siete años lleva el proyecto sobre la mesa y ahora se confirma que no se hará. Pero nuestros políticos no reaccionan pidiendo disculpas. No se comprometen a que no vuelva a suceder, a mejorar sus relaciones. Ellos a lo suyo, a tirarse los trastos a la cabeza a insultarse de nuevo  con tal de mantener calentito su sillón. 
A veces me pregunto si los ciudadanos de Cádiz nos merecemos unos gestores públicos tan nefastos como los que tenemos. Desgraciadamente, la respuesta es afirmativa. No sólo porque los votamos, de una forma u otra, elección tras elección. Si no, porque cuando suceden casos como éste, la calle, la ciudadanía, no reacciona. Como mucho nos quejamos entre dientes asumiendo el discurso que los políticos nos ofrecen. Para los de la rosa, la culpa es del Ayuntamiento. Para los de la gaviota, los culpables están en Diputación y la Junta. Así nos tienen distraídos mientras que buscan una nueva razón para montar la bronca. Pero no nos damos cuenta de que, sea quien sea el culpable, la víctima es Cádiz que ve marcharse otro tren de progreso y modernidad. Y nos quedan muy poquitos.

jueves, 7 de octubre de 2010

On air: Los 37.577.

La caravana de la autovía de San Fernando.
Foto: diariodecadiz.es
La columna que he emitido hoy en Radio Cádiz se basa en una noticia que aparecía en el Diario de Cádiz del lunes. En esa noticia y en la persistente realidad que compruebo día a día y que da título y sentido a este blog.
Con la presente, se cumple mi quincuagésimo segunda columna de opinión en este programa. O lo que es lo mismo, llevo ya un año participando del espacio más gaditano de la radio difusión mundial. Para celebrarlo, y aprovechando que estamos a 7 de octubre, yo había pensado en cuestionarme sobre la pertinencia de sustituir esta festividad local por el 19 de marzo en conmemoración de la Constitución de Cádiz.
Sin embargo, el lunes cambié de idea. No lo hice porque temiera una reacción en cadena. Ni siquiera por el recuerdo de la enternecedora imagen de las niñas de colegio de monjas llevándole nardos a la patrona. Ni porque, en el fondo en Cáiz hay más fe en la Virgen del Rosario que en un nivel aceptable de la conmemoración del Bicentenario.
Lo que me hizo cambiar de idea fue una noticia aparecida en la prensa y que me recordaba a la primera columna que se emitió. Aquella en la que recordaba a todos esos compañeros de clase que hoy hacen su vida lejos de Cádiz. Porque la noticia del Diario que decía que en la última década, desde el año 2000 al año 2009, 37.577 gaditanos han dejado de residir en su ciudad. 37.577 en diez años. O lo que viene a ser lo mismo, 3.700 gaditanos de media al año. Diez gaditanos al día. Uno cada dos horas y media.
Si la memoria no me falla, creo que era Unamuno quien decía que en España se discutían hasta las matemáticas. En Cádiz, no sólo se discuten sino que el Ayuntamiento se gastó 600.000 euros para tratar de disimular una realidad, en diez años se han marchado de Cádiz tantos habitantes como tiene Puerto Real. 
No me atreveré yo a afirmar, sin riesgo de ser lapidado, que el equipo de gobierno que dirige Teófila Martínez tenga responsabilidad en esta pérdida poblacional; pero teniendo en cuenta que nuestra señora alcaldesa llegó a su sillón de San Juan de Dios en el año 95, algo habrá tenido que ver. Algo podría haber hecho para evitar esta sangría constante. Por ejemplo, los 23.000 euros diarios que malgasta en publicidad, o lo que es lo mismo, 8 millones de euros al año, los podría haber empleado en facilitar a los jóvenes el acceso a la vivienda, en reducir los niveles impositivos de la ciudad, en desarrollar planes de actuación en determinados barrios o en mejorar el recinto exterior de la Zona Franca.
Porque si esto sigue así. Si los jóvenes gaditanos, porque no tienen vivienda ni trabajo, siguen marchándose de Cádiz al ritmo de más de 10 al día, llegará un momento en el que no se celebre la fiesta de la Virgen del Rosario. Pero no por cuestiones ideológicas, políticas o religiosas, sino porque en Cádiz no queden niños que le lleven nardos a la Patrona.

martes, 5 de octubre de 2010

Un año de opinión

Foto: lasuertesonriealosaudaces.blogspot.com
Esta semana será mi quincuagésima segunda columna en Radio Cádiz o, lo que es lo mismo, llevo ya un año opinando cada jueves sobre lo que se me apetece en la emisora de radio más antigua -y también la más escuchada- de la ciudad.

La verdad que aún no sé porqué me llamó Carlos Alarcón para participar en su programa. Hasta entonces, con Carlos había hablado una vez en mi vida y fue, precisamente, para disentir. Tampoco es que tuviera mucha experiencia en eso de la radio. Unos meses en una tertulia de otra emisora en la que conocí a grandes compañeros pero que acabó como acaban todas las cosas en los países con régimen dictatorial: censurada.

No sé cuáles fueron las razones para que me lo propusieran, pero sí sé cuáles fueron las mías para aceptar. Entre ellas no estaba el dinero, que esto es como lo del blog, de balde. Pero para mí resulta una cuestión secundaria frente al privilegio de poder exponer mi opinión en un programa del que yo era seguidor desde muchos años antes. Más o menos desde los tiempos en los que Manolo Camacho, ahora en Punto Radio, compartía la conducción con Alarcón.

Fue un placer y un honor que me invitasen a participar en el programa más gaditano de la radio difusión mundial en el que se oyen voces con tanta calidad humana como la de Pepe Monforte, el recuerdo de Eduardo Lumpié y la crítica del "azote de San Juan de Dios" Julio Braña. Eso por no hablar de algunos de los que me precedieron como Toñi Asencio, Taite Cortés, José Gutiérrez Somoscarrera o Juan Antonio Delgado, al que valoro en su condición de "sindicalista" y Guardia Civil.

Mucho se comenta en Cádiz el hecho de que Carlos Alarcón, una persona que muestra ideas conservadoras, sea la principal voz en nuestra ciudad de la radio progresista por excelencia en España. Personalmente, sólo puedo decir que, en mi caso, se ha mostrado siempre respetuoso, educado y tolerante con mis apreciaciones. Supongo que muchas de ellas no las compartirá, pero a estas alturas ejercicios de libertad de expresión como ése o como el de abrir los micrófonos a los oyentes abundan poco. De hecho, a mi me enorgullece oír una radio en la que se puede dar tal disensión frente a otras en las que, a poco que saques los pies, del tiesto te han cortado la cabeza. Probablemente, con más socialistas en El Mundo, más peperos en El País y más gente de izquierdas en La Razón, este país viviría bastante más tranquilo.

También quiero aprovechar esta entrada, que con tanto halago esta quedando un pelín empalagosa, para acordarme de Libertad Paloma a la que no conocía hasta hace un año y que siempre se ha mostrado tan amable y cariñosa hacia mi persona. Además, creo que su llegada al programa ha conseguido darle al Hoy por Hoy un toque de actualidad y seriedad que contrasta con la cercanía y la ironía de Alarcón. Sin olvidar a Natalia y a Pedro, que compartió aula conmigo, aunque lo nuestro no fuera como lo del de Telefónica y uno de los cinco peores expresidentes del Gobierno del mundo, porque nosotros no intercambiamos favores sino, como mucho, saludos y consejos de paternidad que me ofrece por su experiencia con Martín.

Evidentemente, no puedo cerrar este resumen sin mencionar a los oyentes. Decía que el Hoy por Hoy Cádiz es uno de los programas más escuchados en la ciudad. Una de las sensaciones más extrañas es la de caminar por la calle y oír tu voz en la radio de un coche aparcado o la del quiosco que está enfrente de Residencia, siempre fiel a la SER. Hay, por tanto, una masa callada de oyentes que se habrán familiarizado, remotamente, con mi nombre. Hay otra masa, enfurecida, que descuelga los teléfonos cuando aún resuenan los ecos de mi voz. En su mayoría son personas con ideas muy distintas a las mías, tirando a pestilentes a naftalina.

Mi madre, a veces, sufre con alguna de las cosas que me dicen. Mi padre me pregunta si vale la pena. Para mí, sí. No estoy dispuesto a ocultar mi opinión porque a algunos pueda no gustarle. Mientras que me dejen seguir diciendo lo que quiero, mientras que cuente con el respeto de los responsables del programa, mientras que nadie me diga sobre qué debo o no debo hablar, así lo haré. Y si algún día se cansan de mí o no me siento libre, tengo este pequeño espacio, que aún está en plena construcción, para seguir gritando mi palabra a los cuatro vientos.

lunes, 4 de octubre de 2010

El efecto Tomás

Tomás Gómez en el metro de Callao.
Foto: Público.
Es un ejercicio de imaginación porque no pertenezco ni he pertenecido a ningún partido político; pero si yo fuera socialista y, si en lugar de cruzar la Avenida Cayetano del Toro todas las mañanas, atravesara la Gran Vía, yo también habría votado a Tomás Gómez. Ya digo que parto de dos premisas absolutamente irreales. Una, la de cambiar el mar infinito que se divisa desde la calle Brasil por el océano de cemento que asfixia la plaza de Callao. La otra, la de haber sacrificado mi libertad de pensamiento, palabra y obra por pertenecer a una de esas organizaciones en las que se renuncia a la capacidad de disentir en aras del culto al líder que, ahora, ya no se llaman sectas sino partidos políticos. Pero, de haberse dado ambas condiciones, habría sido uno de esos que prefirió a Tomás Gómez en lugar de a Trini.

Lo que sí tengo seguro es que habría participado en las primarias. De hecho, me encantan las primarias. Me parece uno de los pocos ejercicios de democracia interna que siguen quedando dentro de los partidos políticos y por eso me decepcionó que el PSOE de Cádiz hurtara esa posibilidad a sus militantes en nuestra ciudad. No habría sido mi caso, pero la posibilidad de testar qué candidato cuenta con mejores apoyos y es capaz de transmitir un discurso más ilusionante es una de las grandes ventajas de este proceso. Tienes sus riesgos, por supuesto. Cabe la posibilidad de que se convierta en una guerra fratricida que beneficie al resto de partidos, pero los partidos de izquierda -si es que al PSOE le queda algo de izquierda-, deben continuar con estos mecanismos de profundización democrática.

Entre los riesgos que se corren con unas primarias está el de debilitar al aparato del partido cuando apuesta por un candidato y éste pierde. Es lo que le ha pasado a Zapatero con Trini, ha apostado por una candidata y ha perdido. Tendrá que pedir cuentas a quienes le indujeron a tomar esa decisión, Rubalcaba y Blanco entre ellos. Ahora hay muchos análisis que consideran que es el final de Zapatero. De esos análisis hay que descartar aquellos que se hacen de forma interesada desde el Partido Popular, un partido que practica el dedazo en sus designaciones para mantener el omnímodo poder de su cúpula dirigente. El PSOE, sin embargo, entrega ese omnímodo poder, en casos como el de Madrid, a sus militantes y puede pasar cualquier cosa.

Desconozco las razones que han llevado a cada uno de los 7.613 militantes del PSM a votar a Tomás Gómez. Conozco las que habrían sido las mías y ninguna es por la falta de carisma o competencia de la otra candidata. Ni siquiera por su acento. Yo lo habría votado para oponerme a una forma de hacer política basada en las encuestas, para quejarme de esos asesores que preparan, ejecutan y cocinan sondeos de opinión con los que demostrar lo que ellos quieren demostrar y a esos políticos que toman las decisiones pensando sólo en el día siguiente. La Política (con mayúsculas) es algo más. Es buscar el beneficio de la ciudadanía al largo plazo. Es marcar prioridades y actuar. Cuando no se tiene sobre la mesa un ideario, una hoja de ruta, unos objetivos, la Política se convierte en política. En el arte de ganar las próximas elecciones. En el ruin oficio de sobrevivir en el cargo público. Lo mismo de Ministra de Sanidad que de candidata a la presidencia de una Comunidad Autónoma.

Los proyectos, los auténticos, se diseñan a largo plazo. El cortoplacismo es uno de los males de nuestra sociedad, de nuestra clase política. Por eso, yo habría preferido a un tipo que llevaba tres años currándoselo frente a una paracaidista de los que detentan el poder. Porque estoy harto de encuestas y de gobernantes que sólo piensan en las próximas elecciones.