jueves, 27 de diciembre de 2012

On air: Niñas que no serán gaditanas

El equipo de Cortadura de fútbol sala hace ya varios años.
Ya sé que el tema de la pérdida poblacional de Cádiz es uno de mis lugares comunes. Es poco original que yo hable de este tema, pero es que no puedo resistirlo. Será por lo del privilegio. O porque veo en piel de otros cómo sufre un inmigrante en un lugar ajeno al suyo. El otro día salió la noticia de que Cádiz era líder en pérdida de población. Eso se ha unido a la constatación personal de que otra generación más de gaditanos y gaditanas se está yendo fuera. Esta vez la de las niñas a las que entrené a las que hacía tiempo que quería dedicarles una columna. Así que con esos ingredientes he construido mi columna de esta semana.


Una de las cosas más raras y más satisfactorias que he hecho en mi vida fue entrenar el equipo de fútbol sala femenino del instituto Cortadura. Aquellas niñas guardan un sitio especial en mi memoria y son casi parte de mi familia. Hace ya años que acabo aquello y esas chiquillas que jugaban al fútbol conmigo son ahora unas mujeres. Aún no me he hecho tan viejo como para ver sus bodas, sus hijos,… pero sí que contemplo cómo se inician en la vida profesional, cómo se esfuerzan en completar sus estudios. Hay de todo. Militares profesionales, diseñadores gráficos, atletas, artistas, médicos, estudiantes,… En lo que coinciden la mayoría es en que las veo poco. Por mi, pero, sobre todo, porque ya no están. Vienen cada Navidad, por Semana Santa y en verano de vuelta a ver a sus familias,… pero su vida ya no es Cádiz. Se fueron e iniciaron su camino lejos de su tierra. 
Es un fenómeno cíclico. Yo que sigo aquí, aferrado a los tres mil años de historia, he pasado por esto varias veces. Con mis primos con los que me reencuentro cada Navidad en uno de esos momentos de las fiestas por los que merece la pena aguantar el empacho de consumismo y ñoñería. Nos volvemos a reunir cada 25 de diciembre y, si hago cuentas, veo que no quedamos en la ciudad más del treinta por ciento de los que nos criamos en Cádiz. Nada traumático. Se trata de profesionales, funcionarios, trabajadores que poco a poco, por amor, por dinero, por trabajo, fueron buscando su sitio en el mundo más allá de Cortadura. 
Me pasó también con mis compañeros de generación. Los que compartieron aulas conmigo o mis amigos de la juventud están repartidos por el mundo en un fenómeno consustancial al gaditano. Lo que identifica al gaditano no es nacer donde le da la gana. Es buscarse las papas donde puede. Y ahora me pasa con las generaciones siguientes. Mi hermana, los amigos de mi hermana o las niñas del equipo. No es que los vea irse. Es que veo que se han ido ya. Que han hecho sus vidas lejos de una forma tan natural como lo hicieron los anteriores. 
Los jóvenes gaditanos de las últimas dos décadas están ya fuera. Aquí al lado, en San Fernando o Puerto Real o mucho más lejos, en grandes capitales o en otros países. No es cosa de esta crisis. Es por la crisis endémica que tenemos en esta ciudad que expulsa a sus habitantes, a la gente joven que debería mantener el músculo y dinamizar esta tierra. Sus hijos ya no serán gaditanos. 
Los datos lo confirman. Cádiz es la ciudad que más habitantes ha perdido en esta década y su población envejece a pasos agigantados. Habrá quien diga que estamos mejor así. Menos masificación, mejores servicios. Esos son los que no tienen su corazón repartido por el mundo en trozos de amigos y familiares.



jueves, 20 de diciembre de 2012

On air: De la vocación a la profesión

Ignacio Romaní en foto de Diario de Cádiz

Hace varias semanas que quería hablar de este tema. Es una de esas cuestiones que, si no fuera por las redes sociales, habría quedado silenciada bajo el control al que somete el Ayuntamiento a la información en la ciudad de Cádiz. Un concejal, Ignacio Romaní, se querelló contra un ciudadano, Pedro Pérez Rivera, por amenazas a causa de la intervención de este último en el Pleno Municipal. He esperado a dedicarle mi columna a que finalmente, el Juzgado le haya quitado la razón al concejal. Una historia que da la medida del personaje y la situación en la que vive aquel ciudadano de Cádiz que se atreva a quejarse. (Para más información recomiendo el grupo de Facebook Con el Ayuntamiento de Cádiz, no).

No tengo una concepción clasista de la política. En realidad no tengo una concepción clasista de casi nada. Pero de la política tampoco. Quiero decir que esa idea de que nos tienen que gobernar los mejores sólo me parece válida si con la expresión los mejores nos referimos a los que más dispuestos están a esforzarse por el bien común, sin tener relación con una aristocracia de títulos, sean universitarios o nobiliarios. 
En mi visión ideal de la política, los ciudadanos más capaces, cabales y dispuestos se dedicarían durante un tiempo a trabajar por el interés general y después volverían a su puesto de trabajo. Sería la política entendida como vocación y nadie podría censurar que un ministro haya sido electricista, un alcalde fuera tubero de Astilleros o un concejal portero de discoteca. Es más, si la política fuera una vocación, sería importante que en los cargos electos estuvieran personas de diferentes perspectivas profesionales y formativas que, al regresar a su puesto de trabajo, tendrían que dar cuentas a sus compañeros, a sus vecinos de lo que hicieron mientras estuvieron cobrando del erario público. 
El problema es que la política ya no es una vocación sino una profesión. No hay limitación de mandatos, ni impuesta legalmente ni aplicada éticamente por cada uno. La política se convierte en una suerte de carrera profesional para el enriquecimiento. Una de las pocas en la que no hace falta preparación ninguna, ni académica ni social. Si la gente se alarma de que un basurero cobre 2000 euros, a mi me alarma más que de mis impuestos alguien sin más méritos que ser capaz de adular a su mentora se lleve 4000 euros y además se sirva del poder político para medrar. Es una consecuencia de la profesionalización de la política y del sistema actual bipartidista de listas cerradas. 
Pensaba en esto cuando me enteré de que un concejal se querellaba contra un ciudadano particular a causa de unas manifestaciones realizadas en un Pleno. Me cuesta creer que un político vocacional hiciese algo así. Una querella de ese tipo sólo se le puede ocurrir a un profesional de la política implicando para ello, incluso a la Policía Local. En este caso, su mentora o su partido deberían haberle advertido que para dar un paso de ese tipo hay que estar muy seguro de ganar el juicio. De lo contrario la imagen de un concejal como acusador y otro como abogado, en los Juzgados contra un ciudadano particular que al final es declarado inocente deja en mal lugar el nombre del Ayuntamiento de Cádiz y hasta de la política. 
Pero claro, a ellos eso no les importa. Porque el bien común, el interés general, la imagen de la ciudad para un político profesional es una cuestión secundaria. Lo que les importa de verdad es su trabajo, su profesión. Y su única profesión es mantener su cargo y su sueldo de político. 

jueves, 13 de diciembre de 2012

On air: Siéntase orgulloso de ser andaluz


Me duele Andalucía. Cada vez más y cada menos. Cada vez más, porque la veo cada vez más hundida, más alejada de los estándares que quisiera para mi tierra. Pero cada vez menos porque comprendo que el problema andaluz es un problema global, mucho más que de un solo país en este mundo globalizado. Pero el tópico de la incultura, la dejadez y el pasotismo nos sigue acompañando. Por eso esta semana en mi columna he querido mencionar esta noticia y lo que supone de desmentido a esa imagen andaluza.

Cada lunes, mi camino a la Facultad coincide con La Ventana de Andalucía y su Siéntase orgulloso de ser andaluz. Semanalmente escucho al invitado de Fernando Pérez Monguió glosar las maravillas de esta tierra, sus habitantes y su historia. Produce especial sonrojo oír a Arenas envuelto en la blanquiverde cuando no cree en la autonomía o a Griñán pidiendo una gran movilización social con el único objetivo de aprovecharla políticamente como hicieron los suyos con los movimientos del 79.
 Después de haber escuchado a políticos rememorar el despertar del pueblo andaluz, yo me planto ante una clase de veinticinco universitarios que me cuentan una realidad muy diferente a la de los invitados al programa. Para estos universitarios, su orgullo consiste en mantenerse a flote. Resistir en una universidad empobrecida, sin becas, sin ilusión en el futuro. Piensan que su primer paso en el mercado laboral será apuntarse a la oficina del paro. Como un millón y medio de andaluces. Como casi seis millones de españoles. Porque uno de cada cinco parados en España es andaluz. Los datos hacen que cueste sentirse orgulloso de Andalucía, esta Andalucía tan expuesta a tópicos. Los tópicos del norte que justifican las cifras con nuestra propia incapacidad. No es nada nuevo. Los alemanes hacen lo mismo con el conjunto de los españoles. Pero también hay muchos tópicos construidos desde la propia Andalucía. Yo ya no me siento orgulloso del 4 de diciembre. Ni del referéndum por el estatuto. Para mi son otras cosas las que nos hacen sentirnos orgullosos de ser andaluces.
 Y esta semana ha habido uno de esos datos que destruyen tópicos y nos hinchan el orgullo. En el último estudio sobre los resultados de los escolares en primaria, los alumnos andaluces superan la media española y europea en compresión. Además, en Andalucía los datos de rendimiento no se relacionan con la situación socioeconómica lo que habla especialmente bien de la educación pública a esos niveles. Podría utilizar los datos para decirles a las Mato, Aguirre, Nebrera y Duran i Lleida que en el mundo hay que ahí tienen a las palomitas, a los que estudian en el suelo, a los hijos de los que se pasan el día en el bar, a los que no se les entiende… Pero eso sería hacer demagogia. Yo prefiero decirle a los que gobiernan y a los que pretenden gobernar que piensen en el futuro que le van a dar a esos niños, que inviertan más y mejor en educación. Un pueblo grande debe aspirar a grandes metas, pero está bien saber que damos algunos pasos adelante, que estamos formando a generaciones cada vez mejores. Sólo queda que estos que ahora están en el colegio puedan llegar a una universidad pública mejor en la que su futuro no sea la oficina de empleo sino un trabajo digno, de calidad y con derechos.

jueves, 6 de diciembre de 2012

On air: La Constitución en el día de hoy

El ejemplar de la Constitución con pastas amarillas que
teníamos en casa.
Foto: leccionesdehistoria.com
Cuando te toca hacer un comentario en la radio el 6 de diciembre hay pocas cosas mejores que hacerlo sobre la Constitución. Y más en mi caso que tengo una relación muy especial con el texto del 78: la de un amante defraudado.


Recuerdo aquel ejemplar de la Constitución con pastas amarillentas que guardábamos en el cajón del mueble de la entradita. Era curioso en una casa en la que seguramente no había ningún otro texto legal y pese a que ninguno de los miembros de la familia había superado el mero trámite de ojearla, allí estaba la Constitución del 78 a la que siempre me identificaron como símbolo de libertades y de ruptura con un tiempo que no convenía repetir. Su presencia y la coincidencia de que naciéramos en el mismo año me propiciaron siempre una relación especial con la Constitución. Por eso, cuando comencé a estudiar Derecho en Jerez me centré en el Derecho Constitucional al que dediqué varios años de mi vida profesional. 
Una de las cosas que me interesó siempre sobre la Constitución fue su reforma. O la ausencia de reforma. La Constitución se había convertido en un texto casi sagrado, prácticamente inmodificable que, pese a sus deficiencias notables, pese a sus concesiones al pasado, pese a sus anacronismos, era un referente por haber generado el consenso de la mayoría de españoles. En el imaginario colectivo se aceptaban sus defectos porque resultaba el elemento aglutinador, el tótem sobre el que sustentaban el período más prolongado de democracia y libertades. 
Pero todo eso saltó por los aires hace un par de veranos cuando PSOE y PP modificaron la Constitución en menos de un mes. Y lo hicieron para dinamitar el Estado del Bienestar, nuestro Estado Social y de Derecho sometiéndolo a los designios del poder económico europeo. Todos los poderes públicos quedaban sometidos al cumplimiento del déficit. La Constitución consagraba los derechos de los especuladores capitalistas internacionales por encima de los de los ciudadanos españoles. 
Desde entonces la Constitución muestra avergonzada sus costuras. Cinco millones de desempleados frente el derecho al trabajo. Cientos de miles de desahucios frente al derecho a la vivienda digna. Mossos de escuadra y banqueros indultados frente a la independencia del poder judicial. La cadena perpetua frente al carácter reeducador de las penas. La amnistía fiscal frente al carácter progresivo del sistema de impuestos. Es por eso que la Constitución se ha convertido en un elemento político a utilizar según convenga al político de turno. Los mismos que ponen el grito en el cielo porque los nacionalistas catalanes pretenden saltársela nada dicen del resto de artículos que se ven vulnerados día tras día. 
El día 6 de diciembre ha sido un día de celebración durante muchos años. Debe seguir siéndolo. Pero ahora hay que convertirlo también en un día de reflexión para recuperar el valor aglutinador de la Constitución y eso pasa por exigir su cumplimiento íntegro y su reforma.

sábado, 1 de diciembre de 2012

On air: Gestionar el Trece

La antorcha de la libertad y la Aduana.
Dos adefesios que invaden la plaza de Sevilla
La columna de esta semana iba a tener otro contenido. Un contenido que no puedo desvelar porque estoy pendiente de confirmar ciertos rumores que me han llegado. Mientras tanto, decidí lanzar algunas reflexiones sobre el futuro de Cádiz una vez superados los grandes eventos del Doce y tras el anuncio que oí en televisión de que Teófila no quiere presentarse a la reelección.


Pasó la Cumbre Iberoamericana. Regresaron los mandatarios de toda Hispanoamérica a sus despachos. Nos dejaron brillantes discursos como el de Rafael Correa e imágenes anecdóticas como la de Evo Morales en Carranza o la de Sebastián Piñera paseando por el Casco Antiguo gaditano. Fue de lo poquito que implicó a la ciudadanía, más allá de la presencia policial y las molestias de tráfico. Aún así, a Cádiz le puede caber el placer de una buena organización aunque no haya quedado clara la utilidad de aquello que organizamos bien. 
Porque el problema para los gaditanos viene ahora. Acabados los famélicos fastos del Bicentenario, se presenta ante nosotros un futuro con perspectiva nada halagüeña. El Doce ha servido para fomentar nuestra propia conciencia de tierra maldita. Las opiniones más optimistas sobre el Bicentenario que se escapa comienzan siempre por la frase “Dadas las circunstancias” o “Con esta crisis”. Nadie puede afirmar con rotundidad que este segundo centenario de la Constitución de Cádiz haya calado en la ciudad más allá de eventos concretos y dispersos. Desde mi punto de vista, es tan cierta la aseveración de que podría haber salido peor como la de que muy poco de lo hecho este año queda para el gaditano. Lo más visible son esos dos mamotretos extraños que han costado 600.000 euros. 
Ahora queda gestionar el Trece. Gestionar una ciudad con unas cifras de paro alarmantes, una ciudad que sigue perdiendo población, una ciudad con decenas de proyectos paralizados: el segundo puente, Valcárcel, Tiempo Libre, el pabellón Portillo, la fábrica de Tabacos, el solar de Navalips, la Ciudad de la Justicia, el nuevo Hospital... Son sólo unos ejemplos de un listado que contiene elementos para avergonzar a las cuatro Administraciones competentes en la ciudad.
Pero es el Ayuntamiento el que se tiene que poner a la cabeza para ofrecer alguna esperanza a los gaditanos. La opción que ha elegido es la del enfrentamiento directo con la Junta, pero convendría que antes cumpliera sus propios compromisos. Los equipamientos que están listos siguen sin contenido, como el Castillo de San Sebastián, la piscina de Astilleros o el Centro del Mayor de Puntales. Para colmo, vuelven a acumularse las facturas sin pagar a los proveedores en los cajones de San Juan de Dios.
Uno de los teofilistas de cabecera e ideólogo de la causa decía el otro día en una tertulia televisiva que esta es la última legislatura de Teófila. Lo dudo, más que nada porque el panorama a su alrededor es de absoluta desolación. Nadie en su equipo parece tener nivel suficiente para sucederla. No obstante sí que pone de relieve la dura realidad, pasado el Doce no queda proyecto ni ilusión de ciudad.

martes, 27 de noviembre de 2012

Amar a Mar


De entre las flores que nacen nuevas en mayo, este año, si nada se tuerce, nacerá Mar. Hoy me han confirmado que seré padre de una niña y, la verdad, me cuesta verme en ese papel. Ya, ya sé que hace dos años que disfruto de la condición de referente y modelo de ese pequeño que llena mis mañanas y mis sueños, pero en este caso es distinto.

Parece mentira que lo diga yo, que siempre he defendido la absoluta igualdad del hombre y la mujer. Puede que sea precisamente por eso, porque la defiendo pero sé que no existe, que está lejana. Los temores lógicos de la espera de un nuevo ser que está por nacer se multiplican por el sexo del bebé y me aterran las dificultades que se puede encontrar mi hija en este mundo, sólo por el hecho de ser mujer.

No se trata sólo de los riesgos de que llegue a las cuatro de la mañana a casa cuando tenga quince años. Eso es anecdótico, más allá de los riesgos de su seguridad. A mi me preocupan otras cosas. Me preocupa que un malnacido que le diga que la quiere le haga moratones, pero no a besos sino a golpes; que tema ser despedida por pretender traer una nueva vida al mundo; que tantos y tantos no la vean como una igual sino como un ser inferior al que proteger, asumir o tutelar; que un jefe quiera saciar sus frustraciones con ella.

Ante todo eso, sé que no puedo jugar el papel de modelo y ejemplo para esa niña que está por venir, porque ella se encontrará muchos prejuicios, muchos problemas, muchos obstáculos que yo jamás tuve que salvar. A mi nunca me miraron a las tetas. Nadie cuchicheó que yo perteneciera al cupo. Nadie insinuó nunca conquistas de cama para justificar nada de mi vida. Pero si yo fuera mujer seguro que me habría encontrado alguna de las tres. O las tres.

En realidad, sé que nada tengo que temer. Que aunque yo no le vaya a servir como ejemplo, esa niña que está creciendo en el vientre de su madre tiene suficientes ejemplos para llegar a donde quiera llegar. La primera su propia madre. En la vida le serán muy útiles la valentía, el coraje y la determinación que ella desprende en cada cosa que se propone. Pero también me gustaría que tuviera la dulzura y la paciencia que alumbran a mi madre. Y la capacidad de sacrificio y el talento de mi hermana. Y la generosidad de la madre de su madre. Y el valor y la inteligencia de tantas mujeres válidas, fuertes y capaces con las que me he encontrado en mi vida y con las que me sigo encontrando.

Con esas cualidades o con otras, espero poder darle la educación suficiente para que sea independiente, que ame porque quiera amar, con cordura y mesura, tal y como le enseñaré a su hermano. Y como quisiera inculcarle a él, espero que Mar tenga sus propias metas, que luche por ellas, que las alcance sin pisotear nunca a nadie y que se esfuerce por ser mejor mujer, mejor persona cada día. De momento, con sólo 115 gramos de peso, le puedo ofrecer mi amor, mi vida y mi esperanza para hacer su futuro mejor.