jueves, 28 de julio de 2011

On air: Los plenos por televisión

Después de unas semanas con el chubasquero puesto, en la columna de hoy he vuelto a la crítica política. He vuelto a mojarme. En este caso, la causa ha sido el primer pleno municipal ordinario tras las elecciones de mayo.

En Onda Cádiz debe haber sitio para los plenos municipales.
Foto: diariobahiadecadiz.com
Hubo un tiempo en el que solía ir a San Juan de Dios a ver los plenos municipales. Era la última época de Carlos Díaz, la de Araceli, la ácida crítica de Fernando Santiago, la educación de Pablo Lorenzo o Ana Sanchidrián. Podría decir que también estaban por allí Chiqui Pérez Peralta y Pepe Blas, pero no serviría para ubicar la época porque los dos son eternos en el Salón de Plenos de San Juan de Dios.
Fueron plenos en los que aprendí muchas cosas sobre la política municipal. Es verdad que la liturgia de la política puede resultar compleja y un poco aburrida, pero los plenos del Ayuntamiento son la expresión de las distintas opciones que tienen los concejales sobre la ciudad. En aquella época creía, y aún hoy lo creo, que los ciudadanos deberían saber qué dicen, qué piensan y qué votan los concejales que han elegido porque sólo así pueden exigirles responsabilidades.
Si hoy en día los ciudadanos vieran los plenos sabrían que gran parte de las 10 horas que duran los allí presentes se dedican a insultarse, faltarse el respeto y olvidarse de los problemas de los gaditanos. Que algunos concejales de la oposición se pasan más tiempo bostezando que hablando. Que la Alcaldesa siempre quiere tener la última palabra. Que hay concejales que no son capaces de hilvanar más de cuatro frases seguidas y, como decía Séneca, quien no sabe hablar es porque le cuesta pensar. Que la mayor parte de las mociones que se aprueban están fuera de las competencias municipales y que son siempre para requerir o instar a otras Administraciones, escabulliendo las propias responsabilidades municipales. Que cuando se permite intervenir a los ciudadanos particulares, es al final del todo, con los concejales recogiendo sus papeles y sin prestarles la mínima atención.
De lo más grande a lo más pequeño, como dicen ellos. Si los gaditanos vieran los plenos sabrían que la piscina de Astilleros tiene filtraciones, un arreglo que pagaremos los gaditanos y que, posiblemente, en la próxima campaña electoral volverán a anunciar su apertura y volverán a abrir la lista de espera para apuntarse.
No creo que un Ayuntamiento mediano como Cádiz deba tener una televisión municipal que se paga con cargo a los impuestos de todos. Pero si existe, como existen, no debe ser para el autobombo de los que mandan, ni para regalar programas a estómagos agradecidos. Una televisión municipal debe servir para acercar al ciudadano las cosas de su ciudad y el día que hay pleno municipal, eso es lo más importante que pasa en Cádiz. Aunque visto su contenido, no me extraña que no quieran retransmitirlos en directo.

jueves, 21 de julio de 2011

On air: Las barreras de Cádiz

Un ejemplo de incivilizado.
La foto es de M.A. Vallecillo.
La columna de hoy la tenía pensada desde hace mucho tiempo. En concreto desde que salí por primera vez con mi niño a la calle. Porque antes no me preocupaba de si e coche cabe entre aquella farola y la pared o si de aquel coche había aparcado mal, pero ahora me fijo siempre y pienso en los que llevan años fijándose y tienen que seguir toda su vida con la atención puesta en estas cuestiones para poder pasear por Cádiz.

Desde que empujo un carrito ha cambiado mi visión sobre muchas cosas. No lo digo sólo por aquello de que ser padre te cambia la vida, que también, sino porque muchas de las cosas simples que antes hacía con relativa comodidad, ahora presentan una dificultad extrema. Por ejemplo, pasear por Cádiz.
Cádiz, que es una ciudad perfecta para pateársela, por su tamaño, su clima y su ambiente, se convierte, sin embargo, en una carrera de obstáculos cuando toca caminar siguiendo a un carrito de bebé.
Vaya por delante que hay que reconocer el esfuerzo que ha hecho el Ayuntamiento para rebajar muchos bordillos y adecentar numerosas aceras. Pero no son todas. Hay zonas en las que es imposible caminar sin invadir la calzada. No sólo pasa en las calles más estrechas del Casco Antiguo (esas que hace años que deberían ser peatonales) sino que en a misma Avenida cruzar por delante del Puerta del Mar, con esa acera mínima y las paradas de autobús se convierte en un auténtico suplicio.
A eso hay que sumarle las obras. Es raro encontrar una intervención en la vía pública que diseñe un itinerario alternativo para personas con capacidades reducidas. Nunca se rebajan aceras para habilitar otro recorrido y muchas veces se cortan las calles con vallas que no dejan escapatoria. Traten de moverse por los alrededores de la Plaza de San Juan de Dios, de la Subdelegación del Gobierno o en las proximidades de El Corte Inglés para comprobar de lo que hablo. Eso por no hablar de edificios públicos sin accesibilidad y otras aberraciones que, directamente, incumplen la ley aunque a nadie parezca importarle.
Si todo esto es, en gran parte, responsabilidad de nuestros gobernantes, no son ellos los únicos que ponen las trabas. También muchos ciudadanos se olvidan de los que tienen dificultades para moverse. Sólo hay que ver las terrazas de algunos bares que ahora en verano invaden las plazas y las aceras dejando huecos mínimos para el movimiento. O la moda de colocar carteles anunciadores de los negocios en medio de las calles.
Pero el capítulo más importante es el de los vehículos. Las motos en las aceras, los coches en las esquinas, o en los pasos de cebras. Porque el ayuntamiento puede rebajar las aceras en todos los cruces pero si después llega un señor a dejar su coche justo en la zona rebajada no sirve de nada.
Siempre que me encuentro con un obstáculo de este tipo pienso lo mismo. Lo mío va a durar unos años, pero hay gente que está obligada a soportar estas dificultades para siempre. Los discapacitados físicos, los discapacitados sensoriales o nuestros viejos que se encuentran con barreras infranqueables en su día a día por Cádiz. Algunas son causadas por la incorrecta planificación de nuestros gobernantes, pero la mayoría derivan de la falta de civismo de los ciudadanos. 

sábado, 16 de julio de 2011

Pero, ¿qué es lo que aplauden?

Un homicida saliendo del hospital
Tengo la sensación de que no entiendo el mundo en el que vivo. Me informo, leo todo lo que puedo, estoy al día de las cuestiones tecnológicas, de las políticas y de las sociales. Me intereso por la economía aunque la economía no se interese por mi ni por los míos. Por mi trabajo, además, tengo la posibilidad de hablar con mucha gente, de condiciones sociales variadas, de edades diversas, con preocupaciones distintas. En esencia, comprendo las claves fundamentales del movimiento del globo terráqueo, pero la mayor parte de las veces me doy cuenta de que no tengo nada que ver con mucha de la gente que comparte espacio físico conmigo. Es más, muchos días, me avergüenzo de ellos.

No los entiendo. No entiendo qué le ven a Sálvame ni al resto de programas que lobotomizan a tantos españoles. "Es por no pensar", me dicen cuando pregunto. Ya, ya. Ya sé que si ves ese programa no tienes mucho en lo que pensar. Pero no es que no pienses mientras que ves ese programa, es que no pensabas ya de antes ni pensarás después. Es decir, que sacrifican la capacidad de raciocinio, lo que nos distingue de los animales porque así lo manda la pantalla plana de ideas y de valores. De no pensar, de hecho, han convertido a una tipa sin más méritos que vender su vida y utilizar a su hija en el referente de esta España en la que vivo, de esta Andalucía por la que sufro.

Será por no pensar, por lo que un grupo de personas se amontonaron en la puerta de un hospital para ver salir a un homicida y aplaudirle. Un indeseable que iba borracho al volante de su cuatro por cuatro aunque iba a recoger a su hija de una fiesta. Una escoria que segó la vida de otro hombre que circulaba correctamente pero que tuvo la desgracia de cruzarse con ese malnacido y su todoterreno. Pero le aplauden, porque es famoso, porque así lo dice la televisión, porque dejaron de pensar hace mucho tiempo.

Me repugnan quienes cogen el volante bebidos. Me avergüenzan quienes les aplauden.

jueves, 14 de julio de 2011

On air: La austeridad de los no austeros

El A8: un coche oficial muy poco austero.
El otro día estuve en Diputación con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente Jose Loaiza, invitado por Radio Cádiz. En los discursos se hablaba de recortes, de austeridad, de crisis, de limitar el gasto... Entre los invitados, parlamentarios, diputados, alcaldes, comisarios, almirantes de la Armada y mucha gente que vive en el coche oficial. Si quieren ser austeros, no estaría mal empezar por ellos. Pero no, la austeridad la quieren para nosotros.

Austeridad. Mientras que la prima de riesgo deja nuestra adolescencia para nublarnos el futuro, nuestros políticos sólo saben pronunciar esa palabra que resuena en todos sus discursos. La dicen los dos barbudos que pretenden ser presidente del Gobierno de España. Sale de la boca de los concejales, consejeros, ministros y asesores, los que acaban de llega y los que estaban. Austeridad, recorte del gasto, apretarse el cinturón. No es voluntario, es porque no tenemos un duro, se reafirman.

Austeridad como gran solución, plantea el eterno aspirante, pero las Comunidades Autónomas en las que su partido gobierna tienen déficits alarmantes. Y algunos de sus ayuntamientos, como el nuestro, se gasta un millón de pesetas diarios en publicidad. Austeridad clama la presidenta de una Comunidad Autónoma que dice tener números de quiebra mientras que ella cobra más de 20.000 euros al mes. Ya es algo más de lo que sabemos de su compañero y eterno aspirante al palacio de San Telmo con una declaración de la Renta secreta.

Austeridad que no tiene esa alcaldesa que toma como primera decisión subir su sueldo y el de su primer teniente de alcalde, porque a un jefe de planta y a una profesora no les sale a cuenta meterse en política y cobrar el salario municipal. La que no tienen otros alcaldes que han liberado a todos los concejales del equipo de gobierno.

Austeridad pero el martes Diputación estaba llena de asesores, de funcionarios a sueldo que necesitaron el Tomtom para llegar al Palacio Provincial y de coches oficiales esperando a sus propietarios. Bueno, no a sus propietarios, a sus inquilinos porque esos coches son de todos, aunque muchos de nosotros lleguemos a viejos sin montarnos en un Audi como el que esperaba con su chófer a un diputado de Izquierda Unida en el Parlamento de Andalucía. Si el vicepresidente tercero de la mesa del Parlamento andaluz tiene un Audi con chófer, ¿cuántos coches oficiales hay circulando por España en este momento?

Vivir austeros para gobernar austeros dice el nuevo jefe de los socialistas a los suyos que le aplauden, aunque lleven veinticinco años sin salir del despacho oficial, con secretaria y el chófer esperando, aunque vayan a pasar el verano en las urbanizaciones más lujosas de España. Sin austeridad.

No me gusta hacer demagogia con los sueldos de los políticos. De hecho, creo que un cargo público tiene que estar bien pagado para que haga su trabajo con mayor honestidad. Pero empiezo a pensar que cuando hablan de austeridad, se refieren a la mía, a la nuestra, pero no a la de ellos.

jueves, 7 de julio de 2011

On air: No pierdas el norte

Hay un anuncio de cervezas que me pone enfermo. Es el nuevo de Cruzcampo y no es porque hayan adelgazado al Gambrinus sino porque abunda en los mismos tópicos de siempre sobre el gaditano.

Hay una empresa de cervezas que para vender su dorado líquido lleva unos meses recurriendo a un anuncio en el que sacan a la luz esos típicos tópicos sobre el sur que ya todos nos sabemos. Según parece, esa cerveza, que se supone que es andaluza, despierta en el cerebro el lado sur, que es el que te lleva de fiesta, a la playa, a divertirte; en contraposición con el lado norte que te hace cumplir con tus obligaciones y te despierta cada mañana para ir a trabajar.
Es cierto que todos los andaluces estamos ya acostumbrados a este tipo de cosas, a que la imagen que se proyecta de nuestro pueblo sea siempre la misma, la del jolgorio, el holgazanerío y la juerga. En una serie de televisión no cabe un juez, un arquitecto o un ingeniero andaluz y si hay un empresario o un policía es el inútil que sirve de mofa y burla para el resto del grupo. De la mujer andaluza, mejor ni hablar, siempre de chacha, de ama de casa o de tonta.
Estos estereotipos llevan muchos años filtrándose también en la publicidad. Lo nefasto es que sea una empresa con sede en Andalucía, la que los utilice para vender más, sin importarle la visión que con eso se transmite. No es la única, también esa televisión que se hace llamar la nuestra cultiva en prime time la imagen de charanga y pandereta. Son los tópicos que se retroalimentan. Y puede que tengan una parte de verdad. Que en el sur se vive bien, que nos gusta divertirnos, salir con los amigos y ser felices. Es más, puede que sean tópicos convenientes porque de algunos de ellos vive parte de nuestra industria turística. Pero no es lo único en Andalucía. Ni siquiera lo fundamental.
Porque podrían haber dicho que es una cerveza hecha con el máximo cuidado por trabajadores que se levantan por la mañana muy temprano, como tantos y tantos andaluces. Por grandes profesionales como esos médicos de la sanidad andaluza que le corrigieron la espina bífida a la pequeña María José cuando estaba aún en el vientre de su madre. Podrían hacer el anuncio diciendo que es la cerveza que añoran los andaluces que aún hoy, en el siglo XXI, emigran para hacer la vendimia francesa. La cerveza en la que sumergen sus penas los trabajadores a los que su empresa, tan americana, tan del Norte, ha dejado en la calle de un día para otro, sin respetar normas, ni preavisos.
Pero no. Han preferido recurrir al tópico andaluz. Al de la fiesta y el cachondeo. Mientras los del norte son gente seria y competente que cumple en su oficina, los del sur estamos aquí para divertirnos. Por eso aguantamos a gobernantes mediocres, a rateros de subsidios y a publicistas sin ideas.