jueves, 15 de octubre de 2015

On air: Monjas, curas y arzobispos

Las declaraciones de ayer del arzobispo de Valencia han provocado que mucha gente ataque a la Iglesia. Sin embargo, sobre todo cuando hablamos de inmigrantes, es conveniente recordar que en la Iglesia hay una auténtica infantería que trabaja mucho por los más débiles. Ellos son los que más sufren estos desvaríos de su jerarquía.

Recuerdo del día que descubrí que mi amiga Inma era monja. Yo la había conocido enfrascada en esa guerra de guerrillas que llevaba contra las injusticias sociales, ayudando a las trabajadoras sexuales, las prostitutas, sin darles sermones, ni reproches morales, sin preguntarles de dónde venían, ni a qué Dios rezaban. Evidentemente, nunca llevaba el hábito así que el día que me lo dijeron, tuve que volver a preguntar: ¿Seguro?  
Es verdad que yo estaba lleno de prejuicios. Quizá por mi época del parvulario con la dureza vasca de la hermana Isabel. O antes de abrazar la fe del agnóstico cuando la hermana Rosario con su eterna sonrisa nos preparaba para la Primera Comunión. Ambas más preocupadas de lo que rezábamos que de lo que hacían. Por eso aquellas monjas eran muy distintas a Inma, que con su inmensa humanidad, en todos los sentidos del término, enseñaba al Jesús de los pobres, de obra y no de palabra. 
Al poco tiempo conocí al padre Gabriel. Otro hombre dedicado a los más débiles, ofreciendo cobijo, ayuda y protección a tantos como han llegado a nuestras costas en los últimos años. Otro de los que aplicaba aquello de haz el bien y no mires a quién.
Para mi la Iglesia es Inma, es Gabriel, o Lola, Laly, Mila y otras amigas con las que comparto esfuerzos para ayudar a construir otra sociedad, otro mundo. Si tengo que creer en un Dios es, sin duda, el de esta buena gente que se esfuerza por los más débiles y su oración es la obra y no la palabra. 
A veces, cuando oigo al Papa Francisco pienso que está en el mismo bando que mis amigos, que su Dios se parece al que a mi me gustaría que existiese. Es verdad que nos separan muchas cosas, pero hay algo en la preocupación por los que menos tienen en la que coincidimos.  
Sin embargo, después llega un arzobispo de Valencia, cuyo nombre mejor obviar, para hablar de invasión de refugiados e inmigrantes, para señalarlos como la cizaña de un supuesto trigo limpio. Un señor que dice venerar a quien nació entre pobres y fue perseguido pero que comparte ideología con la más reclacitrante utraderecha europea. Un tipo que se olvida de la caridad, como su antiguo jefe olvidó el voto de pobreza. 
No sé si la Iglesia necesita modernizarse. Ciertamente, me da igual, siempre que no se metan en los asuntos de todos. Pero cuando lo hacen conviene constatar que en España soportamos a la jerarquía católica más anquilosada y ultramontana de Europa. Y más la sufren los que de verdad son Iglesia.

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