jueves, 28 de octubre de 2010

On air: Burgos, el porno y la libertad

A Venecia del tirón. El coro de Antonio Burgos del año 1991. 
La columna de esta semana en el Hoy por Hoy Cádiz llevaba algún tiempo en mi cabeza. Desde que cayeron en mis manos las referencias a este artículo. Después han venido otros detalles de estos hombrecillos de la derecha más casposa. La pederastia confesa de Sánchez Dragó, la chulesca verborrea de Pérez Reverte hacia Moratinos y, por supuesto, la lasciva mirada de León de la Riva. De todas, la única que merece para mi una censura de los estamentos públicos es la del alcalde de Valladolid porque, al fin y al cabo, es el político del grupo. Los demás son periodistas-escritores-novelistas-opinadores que pueden decir, poco más o menos, lo que quieran, siguiendo las enseñanzas de Jiménez Losantos. Ellos buscan que se les censure para convertirse en mártires. Yo rechazo la censura pero aplico el desprecio.


He de reconocerlo. Hubo una época en la que admiré a Antonio Burgos. Fue, en parte, por su cercanía a Carlos Cano, que simbolizaba para mí el orgullo rebelde de la Andalucía campesina y obrera con la que siempre me identificaré. También pesaba a su favor la autoría de una de las canciones más bellas que hasta la fecha se hayan escrito sobre Cádiz.
Sin embargo, el tiempo fue demostrándome que Antonio Burgos no representaba de ningún modo esa idea de andaluz. Más bien al contrario, al señorito sevillano descendiente de una larga estirpe de santurrones satirones. Me defraudó profundamente que él, que había usado su pluma en Carnaval para despotricar de todo y de todos, reaccionara de una forma tan abrupta contra el Libi, cuando aquella copla sobre la Macarena. Prefería el culto a una imagen que el respeto a un buen tipo de carne y hueso. La libertad que para él no tenía orillas la limitaba para el cuplé de Emilio.
Desde entonces he tratado de evitar la lectura de Burgos como ejercicio de salud mental. Lo poco que ha caído en mis manos me ha venido a demostrar su radicalización. Lo último ha sido su exabrupto sobre Leire Pajín. La ministra de Sanidad es criticable por su falta de preparación, por su ineficacia como secretaria de organización del PSOE o por sus vacía verborrea. Pero compararla con una actriz porno por sus morritos me parece soez, sólo explicable por una misoginia congénita o por la incapacidad de concebir a la mujer como algo más que un objeto sexual.
Sin embargo, no haré yo como él hizo en su momento. Los artículos de Burgos me parecen rechazables, su actitud hacia la mujer me parece medieval, pero si le pagan por hacerlo y él cree lo que dice, que lo haga. Que ejerza su libertad de expresión, como hasta ahora, al borde del limite del insulto y aprovechándose de que el objeto de sus críticas son políticas para las que acudir a los tribunales las situaría en posición de censoras.
Burgos es un ciudadano que utiliza su libertad para atacar siempre a los mismos, con preferencia por las políticas jóvenes y socialistas. Quizá sea alguna frustración juvenil. O, tal vez, la frustración sea actual. Pero yo detesto la censura. Mientras que haya gente que lo lea allá él con lo que dice y ellos con lo que leen. La solución pasa por no leerlo más y no poner publicidad en ese periódico. Utilicemos, por una vez, este maldito capitalismo de la oferta y la demanda.
Mientras, que siga hablando. Es la mejor manera de retratar a esos señores de derecha que aún no han sido capaces de entender que la mujer es un ser humano completo, capaz de abandonar la cocina y la cama. Sus necias palabras sólo me duelen por aquellas habaneras, tan bellas en la garganta comprometida de Carlos Cano, pero que sufren por haber sido escritas por una pluma tan mezquina.

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