jueves, 5 de junio de 2014

On air: DEP Ricardi

Ricardi en su piso de El Puerto. Foto de elmundo.es
Ayer por la noche tenía preparado un texto para la columna de esta semana. No era sobre el rey Juan Carlos ni sobre la república aunque tenía un claro componente político. Sin embargo, sobre las 10 leí que había muerto Rafael Ricardi y, a partir de ese momento, tuve claro que la columna de hoy tenía que ser un pequeño recuerdo para un hombre maltratado por la sociedad en muchos momentos pero, especialmente, en los años que pasó en prisión injustamente.

Tengo que confesar a mis fieles lectores, si es que tengo algún lector que me sigue con fidelidad, que para esta columna de hoy tenía preparada otra cuestión, otro texto. Sin embargo, ayer me enteré de la noticia de la muerte de Rafael Ricardi Robles y no podía pasar la ocasión sin despedirme de él.
Aunque, en puridad, no conozco a Rafael Ricardi. No he hablado nunca personalmente con él. Pero de todas las experiencias que he vivido en los ocho años que llevo en la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, la más bella, satisfactoria y reconfortante ha sido ver cómo mis compañeros Juan Domingo Valderrama y Antonia Alba se esforzaban y ponían su trabajo desinteresado al servicio de que un inocente saliera de prisión. 
Entre los colectivos con los que tratamos en la Asociación el de presos es uno de los más denostados. Pedir derechos para quien ha cometido un delito es ir contracorriente de esta opinión pública siempre tan maniquea. Casi más que pedirlos para los inmigrantes. Por eso visibilizar el error, hacer reflexionar sobre la estrecha línea entre culpabilidad e inocencia, sacar a la luz el problema de las prisiones, poner de relieve las torturas y las falsas confesiones que generan son objetivos prioritarios y complejísimos. El inocente en prisión que confiesa tras un largo interrogatorio y que al final, por un golpe del destino, logra probar su inocencia. La historia de Ricardi es de esas historias de manual por las que se hacen abogados algunas buenas personas. Las malas, ya se sabe, prefieren trabajar para el poder económico o político y llenar sus bolsillos. 
Vi a Ricardi en televisiones, en los periódicos, pero me quedo de él una imagen el día de la rueda de prensa que dio tras salir en libertad. En la sede de la Asociación de la Prensa de Cádiz, a Ricardi le preguntaron por la persona que le identificó y a causa de la que cumplió 13 años de condena injustamente. Rafael, con voz clara y pausada, dijo que no le guardaba ningún rencor y a mi se me heló la sangre al oír que quien había pasado tantas penurias no tenía su corazón emponzoñado, no sentía odio por aquella que lo acusó sin ser verdad. 
Porque a mi, lo que me llamaba la atención era su interior. Envidiaba su perdón, su alma limpia, su capacidad para seguir de pie después de 13 años privado de libertad. Día a día se despertaba consciente de que él no había cometido las violaciones y debía temer que nunca se hiciera justicia. 
Ricardi murió ayer, en la cama, durmiendo la siesta. Al menos no sufrió. Bastante sufrió en vida durante los 13 años que le robaron y que nunca podrán devolvérselos.

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