Es curioso, después de escribir esta columna, estuve hablando con un alumno mío que es Policía Judicial y que me parece un hombre absolutamente sensato y cabal sobre estos temas, entre otras cosas. Es cierto que las generalizaciones no son buenas, pero las normas deben prevenir que aquellos que tienen el monopolio en el uso legítimo de la violencia se extralimiten y dar ese poder a los guardas de seguridad no contribuye precisamente a eso. Prefiero, sin duda, depender de funcionarios que se esfuerzan por terminar una titulación universitaria y mejorar su formación, aún con los reparos que pueda tener en algunos casos, que de trabajadores explotados, mal pagados y peor formados.
Debo reconocer que no me siento cómodo cuando se me acerca un policía. No creo que sea por aquello que nos decían cuando niños y nos portábamos mal en la calle de que iba a venir el guardia. Tampoco es que yo sea una persona especialmente conflictiva en mi día a día. Alguna multa de tráfico y poco más. Creo se debe a ciertas experiencias profesionales posteriores en las que he visto un ejercicio abusivo de su cargo y cierta sensación de impunidad.
La sensación de impunidad es una de las cosas que más daño hacen a la sociedad. En los policías que abusan, en los políticos que incumplen la ley de incompatibilidades o en los corruptos que se llenan los bolsillos y después salen corriendo a pedir el indulto. Con este punto de partida, quizá deba matizar que conozco también a muchos agentes policiales eficaces, competentes y serviciales. Sin embargo, no entiendo como esos agentes honrados y cumplidores de la ley son después tan endogámicos para proteger a los que se escudan en la placa y el uniforme en la comisión de sus abusos.
Mi incomodidad varía según el agente que se dirija a mí. Prefiero a los Guardia Civiles, tan denostados ellos, pero que en mi experiencia práctica no se ensucian las manos con minucias. Cumplen la ley y la hacen cumplir. Y si fuera catalán temería como nada a los Mossos de Esquadra, la policía autonómica que acumula tras de sí un auténtico reguero de víctimas, investigaciones y condenas.
Con todo, lo que tengo claro es que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado han de tener el monopolio del legítimo ejercicio de la violencia y cualquier cosa que vaya privatización del mismo es un paso atrás de proporciones desmesuradas. La Ley de Seguridad Privada con las nuevas atribuciones a los guardas de seguridad me aterra. Como con los policías, conozco de todo entre del gremio, pero si funcionarios públicos que desarrollan un proceso de formación continua, seleccionados con exhaustivos sistemas y que reciben un sueldo acorde pueden llegar a extralimitarse, no quiero ni imaginarme lo que podrá suceder con trabajadores peor pagados, sometidos a procesos de selección menos rigurosos y cuyos empleadores no asumen tantos esfuerzos formativos.
Después del desmantelamiento del Estado del Bienestar parece que nos toca asistir a la demolición del Estado de Derecho. Tras las tasas judiciales viene la Ley de Seguridad Privada y en camino la Ley Mordaza de Seguridad Ciudadana. El gobierno quiere garantizarse impunidad y eso es lo más peligroso que hay para una sociedad.
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