martes, 6 de diciembre de 2011

Mi momento Mágico

Imagen tomada de www.josemiruiz.com
Todos los que visitamos Carranza entre el 82 y el 90 y hemos visto el reportaje de Informe Robinson sobre el Trinche Carlovich, hemos pensado en otro genio futbolero, el gran Jorge Mágico González. Había tanto en común en esas historias de niños encerrados en cuerpos de astros del balón, de artistas bohemios engullidos por un deporte en el que el juego es cada vez más intrascendente y lo importante es la preparación física, el repliegue, el cerrojo, el resultado,... Por eso no he podido resistirme y después de aquel día, por fin, me he decidido a dedicarle unas líneas al gran Jorge.

No miento si digo que Jorge Mágico González ha sido el único ídolo de mi infancia. Llegó a Cádiz cuando yo tenía sólo 4 años pero ya ponía mi culo cada quince días en el banco de pista de la preferencia del vetusto Ramón de Carranza. Por mi edad, en aquella época no entendía de rotaciones, de desmarques ni de tácticas, pero Mágico era, para mi, el más grande.

Disfruté de mucha de las cosas que hizo que, lamentablemente, no recuerdo. Sí que guardo en mi memoria otras. Como su famoso partido contra el Racing de Santander de Alba en la portería y Sañudo en la defensa. Una maravillosa vaselina a Sempere, portero del Valencia. Otro partidazo contra el Real Murcia, o su gol de tacón contra el Betis en el Villamarín, el que sacó Gail con la mano en una afrenta al fútbol que nadie nunca le podrá perdonar... Son recuerdos de imágenes y momentos aislados, inconexos, pero con la certeza de que yo estaba allí, disfrutando de cosas que otros no han tenido nunca la fortuna de disfrutar. Porque, como futbolero, haber visto a Mágico en el campo, me hace sentir muy afortunado.

Sin embargo, mi momento más Mágico no fue dentro del estadio sino fuera. Era agosto del año 1987. En la antigua bolera de Cádiz, aquella en la que se colaba Garófano equivocado, alquilaban material deportivo. Mis vecinos cuco y Mayte junto con unos amigos suyos que habían venido de Barcelona y otros que vivían en la Plaza Becquer habían quedado para alquilar unos tandem y dar una vuelta por Cádiz. Como yo era muy pequeño no quisieron alquilarnos uno y, al final, nos tuvimos que conformar con una canasta de minibasquet que colocamos en un rincón de la grada de tribuna. Aquella contrariedad me depararía uno de los días más felices de mi infancia.

Cuando estábamos tirando a canasta apareció un deportivo rojo que aparcó en la puerta de Tribuna. Del coche se bajaron Gómez, un portero belga que venía con las muletas y nunca pudo jugar en el Cádiz, otro chico que no pude identificar y el gran Mágico González. Me quedé mirando al salvadoreño con la boca abierta. Mi padre me había explicado unos meses antes que había que admirar a escritores, pensadores, filósofos,... pero que un futbolista no merecía tal devoción. Sí, claro, pero un tipo que era capaz de hacer aquellas cosas con un balón y despertar la admiración de tanta gente, era lo máximo en las aspiraciones de un niño de nueve años como yo.

Por eso, ni en mis más aventurados sueños podría haber imaginado lo que ocurrió en aquel momento. El salvadoreño se nos acercó y nos dijo "¿Puedo jugar?". No recuerdo si tartamudeé un sí o me conformé con darle el balón de baloncesto. La cosa es que Jorge nos propuso jugar un 21 con una modificación: nosotros lanzábamos a canasta con las manos y él con los pies. Aquel rato se me pasó volando. Sus amigos esperaban allí de pie mientras Mágico echaba su partida de baloncesto contra dos niños a los que acababa de conocer. Nosotros tirábamos con más o menos acierto mientras que él, desde el punto en el la cogía, la enganchaba con su pie y la metía dentro de la canasta. Nos ganó, pero yo gané más que él, porque disfruté de una demostración privada de talento futbolístico incomparable. Como decían en Blade Runner, "vi cosas que jamás creerían".

Cuando se marchó me lamenté de no tener su estampita encima para pedirle un autógrafo, de no haber tenido una forma para inmortalizar el momento. Después me he dado cuenta de que así fue mejor, así anida en un hueco privilegiado de mi memoria para tener siempre presente mi momento Mágico. Porque aquel rato fue efímero, como lo era el propio Mágico, que después de entrenar no tenía prisa ninguna y le regalaba su tiempo a dos niños que jugaban al baloncesto en la puerta de Tribuna. La suerte es que uno de esos niños era yo. Y en aquel niño de nueve años maravillado por jugar con su ídolo pensaba cuando veía al Trinche Carlovich. Y en aquel salvadoreño Mágico pienso cuando veo jóvenes divos endiosados por saber darle patadas a un balón. Ellos nunca harán disfrutar a nadie como nos hizo disfrutar aquella tarde de agosto el gran Jorge Mágico González.

2 comentarios:

  1. El Mágico, siempre Mágico. Fui a las Vegas y entramos al Casino Paris y nos fuimos al Bar y nos pregunto el bartender que de donde eramos y yo contesté que de El Salvador y que pasó?, para que mas ese tipo habló maravillas del Mágico, bebimos y comimos de gratis, gracias al gran Mágico Gonzalez. Grande el Mágico, no hay comparación con él.-

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  2. Gran articulo....todos los que somos de Cadiz de una forma u otra nos encanta el Mago.

    Por cierto tambien vi el reportaje del Trinche y magnífico como todos los de Informe Robinson y claro que me acorde del Mago.

    Saludos.

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