Llevaba varias semanas rumiando la historia de este jueves. Es una historia de esas que oyes, que te cuentan, que vas viendo y te conmueve. No es de las peores teniendo en cuenta que hay gente rebuscando en la basura, pero está tan cerca de pasarnos a cualquiera, a un trabajador de Fagor, a uno de Panrico o a cualquiera de esos seis millones de parados.
Hoy voy a contarles una
historia tan real que tengo que cambiar el nombre de sus protagonistas para que
no se molesten conmigo, porque no les he pedido permiso. En realidad, cuento su
historia porque su historia no es solo suya, es la de muchísima gente.
El primer personaje de esta
historia, digamos que se llama Flor. Podríamos decir que Flor tiene la suerte
de trabajar. Entró hace unos años en la empresa con un sueldo de 400 euros por
media jornada. La media jornada casi nunca se cumple pero el sueldo no sube. Al
poco tiempo, la compañera que hacía las mismas horas que ella se jubiló y ella
asumió sus funciones aunque no su sueldo. Por el camino, su pareja perdió el
trabajo en la industria naval y la hipoteca que pagaban a lo justo ahora solo
pueden pagarla comiendo en casa de sus padres y cenando lo que pueden.
Cuando Flor cree que lo está
pasando mal, mira a su hermana. Su hermana, Ester, también trabaja. En una de
esas guarderías que la Junta de Andalucía tiene concertadas y a las que paga de
forma tan irregular. Entre los problemas de pago de la Junta, la mala gestión
de su jefa y que con la crisis cada vez son menos niños los que van a
guarderías, Ester lleva dos años sin cobrar. Dos años levantándose temprano,
despidiéndose de sus hijos, cuidando a los hijos de otro pero sin ver al final
de mes un salario completo. De vez en cuando, cuando la jefa ingresa algo paga
una parte de lo que les debe y ella no sabe si odiarla o comprenderla. Pero si
Ester se va pierde sus derechos, no cobra paro, ni ayuda ni nada. Si se queda
tiene la esperanza que algún día se solucionen las cosas, pero cada vez la
lista de acreedores de su jefa es más amplia. La cuestión es que no le queda ni
para comer sus hijos, que comen con la abuela, la madre de Flor y Ester.
Al contrario que Flor, Ester
vivía desahogadamente en los buenos tiempos. José trabajaba en la construcción.
Nunca ganó esos cinco mil euros que ahora echan en cara los que dicen que
vivíamos por encima de nuestras posibilidades pero con los mil quinientos largos
de su marido y los novecientos suyos les daban para vivir con holgura. Pero lo
de la construcción reventó, como todos sabemos y ahora José lo más que hace es
chapuzas por las casas. Si le sale alguna, esa semana comen pescado o le
compran ripa nueva a los niños que los pobres no tienen la culpa de nada.
Sobrevivir dándole vueltas a la cabeza para cuadrar unas cuentas que nunca
llegan por el lado de los ingresos y siempre sobran por los gastos. Y lo peor,
sin saber hasta cuándo, sin ver solución.
Ahora que venga Montoro a decirle a Flor, a Ester y
a José que estamos saliendo del túnel. Ahora que venga De Guindos a decirles
que los españoles cada vez tienen menos miedo a perder su empleo.
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