Estos días están las máquinas trabajando en el cementerio de San José para derrumbar las cuarteladas que siguen en pie. La noticia que publicaban los medios me ha dado lugar a mi columna de esta semana.
Como no conocí a mi abuela y mi abuelo nos dejó cuando yo tenía poco más de dos años, el único recuerdo que guardo de ellos es el frontal de una lápida en el Cementerio de San José. Allí iba cada fin de semana acompañando a mi padre a honrar a los difuntos, según le enseñaron en su tradición. Limpiábamos, cambiábamos el agua, comprábamos flores nuevas y nos movíamos en silencio por allí. Después llegaron otros a los que sí conocí y ver sus lápidas suponía recordar los momentos que habíamos vivido juntos y empecé a entender el porqué del silencio y la tristeza de aquel lugar. Eso fue antes de que los muertos se fueran a Chiclana y se pusiera de moda la incineración.
El Cementerio da para tantas historias como ocupantes y visitantes. De las más desgraciadas, sin duda, la de los arrojados a la fosa común, fusilados por rojos en una guerra entre hermanos y sin derecho a lápida. O la de las sepulturas vacías de esos niños robados cuyas madres aún los buscan denodadamente tres décadas después.
Cada uno tendrá un recuerdo de aquel cementerio y supongo que el otro día, la prensa publicaba la imagen de la piqueta mandando a tierra las cuarteladas que sirvieron de tierra a tantos féretros se le vendría a la cabeza. Recuerdos y anécdotas como aquel día, a mediados de los noventa en el que fuimos a visitar una casa en venta en la calle Pereira. El balcón, ofrecía la imagen maravillosa del océano en su inmensidad y la tétrica del cementerio en su eternidad. Alguien, no sé si mi madre, no sé si yo, nos lamentamos de aquella visión a lo que el vendedor nos respondió “¿El cementerio? Pero si ya está cerrado. En dos años lo han tirado y hay una plaza preciosa”.
Los dos años se han multiplicado por diez y veinte años después aún está Cádiz tirando su cementerio. Si fuera lo único, podríamos hablar de suceso excepcional, pero el listado de cosas de nuestra ciudad que deberían estar terminadas y siguen en proceso, no se acaba. Desde las recién terminadas viviendas del Matadero, que con toda su polémica final, acumularon un lustro de retraso, hasta el segundo puente que nunca estará para el Bicentenario. Y por medio la Ciudad de la Justicia, el Pabellón Portillo, Valcárcel, el Náutico, el Olivillo, Talleres Faro, Navalips,… Hasta la iniciativa privada fracasa en ejemplos como el de Los Chinchorros, justo en la puerta del cementerio.
Estos días terminamos de tirar el Cementerio de San José porque Cádiz ya no necesita un lugar concreto para enterrar. Sin pulso, sin iniciativas y sin cumplir sus proyectos está tan muerta que todo Cádiz es un cementerio.
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