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El equipo de Cortadura de fútbol sala hace ya varios años. |
Ya sé que el tema de la pérdida poblacional de Cádiz es uno de mis lugares comunes. Es poco original que yo hable de este tema, pero es que no puedo resistirlo. Será por lo del privilegio. O porque veo en piel de otros cómo sufre un inmigrante en un lugar ajeno al suyo. El otro día salió la noticia de que Cádiz era líder en
pérdida de población. Eso se ha unido a la constatación personal de que otra generación más de gaditanos y gaditanas se está yendo fuera. Esta vez la de las niñas a las que entrené a las que hacía tiempo que quería dedicarles una columna. Así que con esos ingredientes he construido mi columna de esta semana.
Una de las cosas más raras y
más satisfactorias que he hecho en mi vida fue entrenar el equipo de fútbol
sala femenino del instituto Cortadura. Aquellas niñas guardan un sitio especial
en mi memoria y son casi parte de mi familia. Hace ya años que acabo aquello y
esas chiquillas que jugaban al fútbol conmigo son ahora unas mujeres. Aún no me
he hecho tan viejo como para ver sus bodas, sus hijos,… pero sí que contemplo
cómo se inician en la vida profesional, cómo se esfuerzan en completar sus
estudios. Hay de todo. Militares profesionales, diseñadores gráficos, atletas,
artistas, médicos, estudiantes,… En lo que coinciden la mayoría es en que las veo
poco. Por mi, pero, sobre todo, porque ya no están. Vienen cada Navidad, por
Semana Santa y en verano de vuelta a ver a sus familias,… pero su vida ya no es
Cádiz. Se fueron e iniciaron su camino lejos de su tierra.
Es un fenómeno cíclico. Yo
que sigo aquí, aferrado a los tres mil años de historia, he pasado por esto
varias veces. Con mis primos con los que me reencuentro cada Navidad en uno de
esos momentos de las fiestas por los que merece la pena aguantar el empacho de
consumismo y ñoñería. Nos volvemos a reunir cada 25 de diciembre y, si hago
cuentas, veo que no quedamos en la ciudad más del treinta por ciento de los que
nos criamos en Cádiz. Nada traumático. Se trata de profesionales, funcionarios,
trabajadores que poco a poco, por amor, por dinero, por trabajo, fueron
buscando su sitio en el mundo más allá de Cortadura.
Me pasó también con mis
compañeros de generación. Los que compartieron aulas conmigo o mis amigos de la
juventud están repartidos por el mundo en un fenómeno consustancial al gaditano.
Lo que identifica al gaditano no es nacer donde le da la gana. Es buscarse las
papas donde puede. Y ahora me pasa con las generaciones siguientes. Mi hermana,
los amigos de mi hermana o las niñas del equipo. No es que los vea irse. Es que
veo que se han ido ya. Que han hecho sus vidas lejos de una forma tan natural
como lo hicieron los anteriores.
Los jóvenes gaditanos de las
últimas dos décadas están ya fuera. Aquí al lado, en San Fernando o Puerto Real
o mucho más lejos, en grandes capitales o en otros países. No es cosa de esta
crisis. Es por la crisis endémica que tenemos en esta ciudad que expulsa a sus
habitantes, a la gente joven que debería mantener el músculo y dinamizar esta
tierra. Sus hijos ya no serán gaditanos.
Los
datos lo confirman. Cádiz es la ciudad que más habitantes ha perdido en esta
década y su población envejece a pasos agigantados. Habrá quien diga que
estamos mejor así. Menos masificación, mejores servicios. Esos son los que no
tienen su corazón repartido por el mundo en trozos de amigos y familiares.
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