jueves, 6 de octubre de 2011

On air: Los que pagan la crisis y los que la cobran


La columna de esta semana nació, a medias, entre el sábado y el miércoles. El sábado me reuní con los amigos con los que juego al fútbol y escuché sus historias reiteradas de paro, despidos y desesperación. El miércoles se hicieron públicos las cifras del desempleo. Las cifras no las conocía, las historias ya las había oído antes.

Cuando los astilleros entregaron el barco que había estado supervisando, la empresa de Carlos lo despidió. Desde el día siguiente está echando curriculum pero siguen sin llamarlo. En ese mismo barco trabajaba Pedro. Con los gastos que tiene su hija recién nacida aceptó la oferta de su empresa para irse a Galicia, pero con el mismo sueldo no le compensaban los gastos que tenía que hacer allí y se ha tenido que volver. Peor es lo de su compañero Raul que tiene tres bocas que alimentar en casa. A él nunca le ha faltado trabajo y por eso hizo las maletas y se marchó a Noruega para trabajar un par de meses a pesar de la distancia, el frío y el idioma.
Todos están a la espera de que esos anuncios que se prodigan en las noticias de proyectos para los astilleros se confirmen y puedan volver a trabajar. Igual que ellos, están a la espera Sergio y Paco que trabajaban en la obra del segundo puente pero que se han quedado otra vez sin faena. Tampoco tiene faena Ana. Ella trabaja en un restaurante en la temporada alta, pero en septiembre se vuelve a casa porque los turistas que quedan no dan para seguir pagando su sueldo, según su jefe.
Silvia y Toni llevan ya cinco años juntos. Quisieran alquilar una casa, empezar una vida juntos, pero lo que van encontrando aquí y allí no les da para más que pagar el móvil, la gasolina del coche y cenar, de vez en cuando, en la pizzería. Nada estable, ninguna base sobre la que construir un futuro. Juntos, lloran su desesperación en un banco de la plaza que cruzo todos los días.
A veces, cuando hablamos del paro se nos olvida que detrás de los números hay historias. Que los 175.000 parados que hay en la provincia de Cádiz, los 7.800 nuevos y los que ya estaban, arrastran consigo sus problemas personales, familiares, sus decepciones, sus frustraciones. Son más de cuatro millones de historias en España, quince mil quinientas en nuestra ciudad.
Por el camino este gobierno nos ha ido recortando derechos laborales, hemos ido renunciando a históricas conquistas sociales pero, pese a eso, pese a todo, pese a haber entregado nuestro futuro y nuestra alma al sacrificio del Dios de los mercados no conseguimos ver un puñetero brote verde a nuestro alrededor.
Pero no todos los desempleados tienen tan mala suerte. Si el despedido ha hundido una caja de ahorros con su mala gestión puede llevarse unos cuantos millones de euros en indemnización y un salario vitalicio a costa del rescate pagado por los fondos públicos. Y es que esto, aunque se empeñen en llamarlo crisis, tiene cada vez más pinta de timo, de estafa.

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