sábado, 6 de agosto de 2011

Perdedores

Aprendí a perder de niño. No fue en esas sesiones interminables de juego a las cartas en las que me hacía trampas a mí mismo para poder ganar siempre. Fue un poco más tarde, cuando empecé a jugar al fútbol con el equipo del barrio. El equipo de la Asociación de Vecinos de Loreto. El Loreto, para que nos entendamos.

Me acuerdo como si fuera ayer del primer día de entrenamiento. Me llevó mi amigo Salva que jugaba de portero en el equipo. Llegamos, me presenté y me pusieron a correr. Asi estuve prácticamente durante el año que fui a los entrenamientos hasta que me echaron. Una hora dando vueltas al campo y un ratito en el que tocábamos el balón. No son excusas, nosotros éramos malos, pero el entrenador (un hombre bajito, regordete y un poquito zambo que ahora vende cupones en la puerta del bingo Cantábrico y del que no recuerdo el nombre) no es que fuera mucho mejor que nosotros.

El primero yo mismo, que no sabía situarme, darle a la pelota, pasársela a un compañero... No sabía hacer nada bien y como jugaba de cierre muchos de los goles eran culpa mía. Satisfecho con mi actuación sólo me quedé una vez, que me cambiaron cuando íbamos empatados y yo estaba jugando bien y acabamos perdiendo. Pero si yo era bastante mediocre, no había ninguno de mis compañeros que destacasen.

Recuerdo a Salva y Tony de porteros, a Carlos, a Fran, a Jesús, a Faly,... un equipo de niños felices que no éramos menos felices cuando perdíamos. Menos mal, porque perdíamos siempre. En el primer partido contra el Portuarios nos cayeron diez goles y a partir de ahí la cosa fue lo suficientemente irregular para que a veces nos metieran tres, otras cinco y otras doce. Y lo peor es que, en lugar de progresar, al final de la liga éramos peores que al principio.Sólo una vez conseguimos empatar, en el campo de Puntales, y por el empate nos invitaron a Cocacola en la sede de la Asociación de Vecinos. Ni siquiera aquel día la satisfacción fue plena porque cuando íbamos a marcar el gol de la victoria un niño mayor que pasaba por allí se cruzó por delante de la portería y evitó que la pelota entrara.

Ya digo, que aquella etapa me enseñó a perder, pero aprender a perder no equivale a acostumbrarse. Nunca me gustó. De hecho, sigue sin gustarme lo de perder, pero comprendí que si iba en el bando equivocado, en el de los más débiles, en el de los menos preparados, perdería. Y aunque mantenga la lucha y el esfuerzo  por ganar, sé que, la mayor parte de las veces, me toca perder.

Por eso, cuando el otro día vi este vídeo, me sentí tan identificado. También recordé a mi equipo de niñas, pero esas merecen una entrada completa otro día.

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