domingo, 13 de marzo de 2011

Sonidos

He tenido la suerte de oír el rumor de las olas en muchos mares diferentes. En una cálida playa del Caribe, en el frío mar Báltico o, sin irme tan lejos, en el espigón de La Caleta. En todos esos sitios, he oído el silbido del viento en forma de brisa y en algunos su grito cuando se hace vendaval.

He oído el chasquido de los besos de la que me dio la vida en mis mofletes. He oído el clamor de unos aplausos después de un trabajo bien hecho. El repiqueteo de las manos que chocan en mi espalda cuando te abraza un amigo con sinceridad.

He oído el rugido de un estadio celebrar el éxito, el furor de una multitud que no se creía las mentiras de su gobierno, el estruendo desbocado de la plaza de la Libertad en Carnaval. He oído la cantinela de la llamada a Dios dicha desde una iglesia y desde una mezquita.

He oído el gemido apasionado de la mujer que amo. El alboroto de París a mis pies desde lo alto de la Torre Eiffel. El doblar de las campanas al ritmo de Falla en la plaza de San Juan de Dios. El estrépito de los caballos que galopan en la plaza del Campo de Siena. El suspiro del agua de los canales pasando por debajo de su puente, allá por Venecia.

He oído la magia de la música que sale de una garganta, de un violín, de un piano o de una guitarra. He oído voces amables y dulces, otras ásperas y violentas. He oído un te quiero dicho con el corazón, el aullido de la libertad en la boca de un hombre que creyó que no volvería a ver a su familia. He oído el griterío de las críticas y el susurro de los halagos.

He oído muchas cosas en mi vida. Pero nada se puede comparar al sonido de una carcajada de mi hijo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario