La columna de esta semana podría haber estado dedicada a Sánchez Gordillo y los Mercadona, pero no. También al Trofeo Carranza octangular de cuatro equipos, pero no. La columna de esta semana es mi modesto apoyo a los compañeros de FACUA y a la censura que el Gobierno pretende ejercer en las organizaciones sociales.
Aunque parezca mentira dados
mis compromisos laborales, no creo demasiado en las ONGs. Es un antiguo prejuicio
que mantengo. Considero que no deberían quedar a la voluntad privada los graves
problemas que acechan a nuestra sociedad. Está bien que un grupo de personas
done parte de lo que le sobra para que una organización atienda a los niños
desnutridos del Cuerno de África, pero siempre me ha parecido mejor obligar a
los Gobiernos del mundo a acabar con los desequilibrios que generan estas
hambrunas. Quizá sea demasiado utópico, pero lo que es obligación no puede
quedar en manos de la buena voluntad.
Después está la cuestión de
la independencia. Trabajo en una Asociación en la que nunca me he sentido
presionado para decir o callar algo porque pudiera perjudicar sus intereses.
Sin embargo, sé que es excepción. Las subvenciones sirven de mordaza en este
mundo asociativo. Les podría contar algunas extrañas historias de organizaciones
que gritan en reuniones privadas pero que después callan en público pendientes
de las inyecciones de fondos.
Evidentemente, no todas son
iguales. Hay asociaciones con credibilidad bien ganada y una voluntad combativa
contra los poderosos, sean del color que sean.
Por eso me llamó especialmente la atención la noticia de que el Gobierno
pretendía ilegalizar a FACUA. Leí el informe remitido por Anita Mato y sus
secuaces y comprobé que se trataba de un ejercicio de presión digno de tiempos
pretéritos. Eso de decir que cuando vamos a un hospital público o a una escuela
no somos usuarios sino meros beneficiarios de prestaciones, convierte todo el
Estado del Bienestar en una concesión graciosa del que manda. Es su forma de
verlo, por supuesto, pero es algo más. Es también un aviso a navegantes. La
voluntad de callarnos la boca, a FACUA y a todos los que nos quejemos. Censura
de la clásica, de la más despreciable desde el sillón de un ministerio que
naufraga recortando medios a los enfermos y cobrando medicamentos a los
pensionistas.
Me decía el otro día uno de
los pocos peperos de cargo con los que mantengo relación que FACUA no necesita
quien la defienda porque ellos se defienden solos. No lo sé. En estos tiempos
de degradación moral y regresión ideológica, siempre es bueno mostrar el
rechazo contra la tiranía. De todas formas, si FACUA no necesita mi defensa, sí
que yo necesito la defensa, el asesoramiento y la ayuda de FACUA. Para luchar
contra las oligarquías económicas, para denunciar los abusos, para enseñarnos a
ejercer nuestros derechos como consumidores y usuarios. Ya sea en su web, en la
prensa o en el espacio que los jueves mantienen en este mismo programa. Y
aunque no la necesiten aquí tienen los compañeros de FACUA mi voz en señal de
apoyo.
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