De entre las flores que nacen nuevas en mayo, este año, si
nada se tuerce, nacerá Mar. Hoy me han confirmado que seré padre de una niña y,
la verdad, me cuesta verme en ese papel. Ya, ya sé que hace dos años que
disfruto de la condición de referente y modelo de ese pequeño que llena mis
mañanas y mis sueños, pero en este caso es distinto.
Parece mentira que lo diga yo, que siempre he defendido la
absoluta igualdad del hombre y la mujer. Puede que sea precisamente por eso,
porque la defiendo pero sé que no existe, que está lejana. Los temores lógicos
de la espera de un nuevo ser que está por nacer se multiplican por el sexo del
bebé y me aterran las dificultades que se puede encontrar mi hija en este
mundo, sólo por el hecho de ser mujer.
No se trata sólo de los riesgos de que llegue a las cuatro
de la mañana a casa cuando tenga quince años. Eso es anecdótico, más allá de
los riesgos de su seguridad. A mi me preocupan otras cosas. Me preocupa que un
malnacido que le diga que la quiere le haga moratones, pero no a besos sino a
golpes; que tema ser despedida por pretender traer una nueva vida al mundo; que
tantos y tantos no la vean como una igual sino como un ser inferior al que
proteger, asumir o tutelar; que un jefe quiera saciar sus frustraciones con
ella.
Ante todo eso, sé que no puedo jugar el papel de modelo y
ejemplo para esa niña que está por venir, porque ella se encontrará muchos
prejuicios, muchos problemas, muchos obstáculos que yo jamás tuve que salvar. A
mi nunca me miraron a las tetas. Nadie cuchicheó que yo perteneciera al cupo.
Nadie insinuó nunca conquistas de cama para justificar nada de mi vida. Pero si
yo fuera mujer seguro que me habría encontrado alguna de las tres. O las tres.
En realidad, sé que nada tengo que temer. Que aunque yo no
le vaya a servir como ejemplo, esa niña que está creciendo en el vientre de su
madre tiene suficientes ejemplos para llegar a donde quiera llegar. La primera
su propia madre. En la vida le serán muy útiles la valentía, el coraje y la
determinación que ella desprende en cada cosa que se propone. Pero también me
gustaría que tuviera la dulzura y la paciencia que alumbran a mi madre. Y la
capacidad de sacrificio y el talento de mi hermana. Y la generosidad de la
madre de su madre. Y el valor y la inteligencia de tantas mujeres válidas,
fuertes y capaces con las que me he encontrado en mi vida y con las que me sigo
encontrando.
Con esas cualidades o con otras, espero poder darle la
educación suficiente para que sea independiente, que ame porque quiera amar,
con cordura y mesura, tal y como le enseñaré a su hermano. Y como quisiera inculcarle
a él, espero que Mar tenga sus propias metas, que luche por ellas, que las
alcance sin pisotear nunca a nadie y que se esfuerce por ser mejor mujer, mejor
persona cada día. De momento, con sólo 115 gramos de peso, le puedo ofrecer mi
amor, mi vida y mi esperanza para hacer su futuro mejor.