Como ser humano me parece
aterradora la muerte de dos niños. Como padre, que esa muerte pueda deberse a
la actuación de su progenitor me resulta, directamente, una auténtica
aberración de la conducta humana. Una deformación de una mente despiadada que antepone
su persona a los seres a los que debiera querer y cuidar. Entiendo, por ello,
el estupor y el enfado de tanta buena gente que contempla aturdida una
posibilidad tan desagradable. Más aún cuando el tratamiento policial del caso
ha dado lugar a una serie de desmentidos, equívocos e incertidumbres.
Sin embargo, la sorpresa y la
consternación ante los informes forenses que desmienten los anteriores informes
policiales, se convierte pronto en el linchamiento y un tratamiento mediático macabro
digno de un país en el que el límite entre la información y el morbo se
difuminó hace mucho tiempo.
Me solidarizo con esa madre a
la que le han arrebatado sus seres más queridos pero me cuesta comprender qué
mueve a una persona que ni le va ni le viene el asunto a hacer pintadas
ofensivas en la casa de unos abuelos que nunca verán el séptimo cumpleaños de
su nieta ni responderán a las cien mil preguntas de su nieto. Lo mismo me
sucede con los que piden el endurecimiento de penas.
Pasó con Mari Luz, pasó con
Marta del Castillo y antes con las niñas de Alcásser. Ya sé que predico en el
desierto y en pocos meses veremos una nueva reforma penal para endurecer aún
más las penas en España porque la legislación penal en nuestro país se hace a
golpe de programa de telebasura. Se incrementarán las penas, se endurecerá el
Código Penal y seguirá habiendo casos como éstos. Porque no creo que nadie en
su sano juicio pueda creer que un padre que mata a sus hijos tiene en cuenta
para tan monstruosa acción las consecuencias penales que ello le supondrá.
Ni el endurecimiento de
condenas, ni la cadena perpetua, ni la pena de muerte evitarán que de vez en
cuando nos sobresaltemos con casos como éstos. Tampoco servirán para devolver
esos hijos a su madre. Entonces, el único cometido de revisar al alza las penas
es el de calmar las ansias de venganza de la masa enfurecida. No es nuevo ni
exclusivo de nuestro país. En otros lugar lapidan pública y multitudinariamente
a los criminales. En España preferimos hacerlo ante la tele, con una lata de
cerveza en la mano. Pero la venganza no nos conduce a ningún lugar. Sólo nos
supone un camino por el que perdemos derechos, garantías y libertades y nos
envilecemos como sociedad, situándonos a la altura de los criminales. Además,
generamos un sistema más propicio para que a ciudadanos inocentes les pueda
pasar lo que a Rafael Ricardi o a Diego Pastrana.